Acerca de “Tucumantes, relatos para vencer al silencio” de Sibila Camps. Marea editorial. Año 2019
A la memoria hay que darle de comer.
Después de más de cuatro décadas de gobiernos constitucionales, uno cree saberlo casi todo sobre el Terrorismo de Estado. Películas, libros, documentales etc. nos ilustran sobre aquellos años sombríos y violentos. Estamos informados de lo fundamental que todxs tendrían que saber: padecimos una dictadura cívico militar que aplicó un plan sistemático de exterminio, como bien lo sintetizó el Juicio a las Juntas Militares de 1985. Pero sabemos también que el conocimiento es más que la información, es una comprensión cabal del fenómeno, es la aprehensión crítica y la apropiación del mismo. Y aunque sabemos lo básico, nunca terminamos de aprehender en toda su dimensión una de las etapas más sangrientas de nuestra historia. Hoy que una ola de negacionismo de los mismos poderes concentrados que promovieron el golpe de 1976, quiebra el pacto democrático y bombardea al ciudadano y a la ciudadana de a pie, procurando hacernos retroceder a etapas que creíamos superadas, el libro de Sibila Camps, ofrece una polifonía testimonial de lo que se había erigido como un laboratorio del terror antes del 24 de marzo: la provincia de Tucumán.
La tesis fundamental del libro se verifica con abundante documentación y trabajo de investigación:
“A la memoria hay que darle de comer; sin pausa. La historia no tiene punto final”.
Naturalmente, “Tucumantes…” no es un libro fácil si se lee con los ojos, el cerebro y el corazón. Su autora no se detiene en la superficie de los hechos, de suyo terribles. Los hechos son apenas la cáscara, la corteza rugosa que ella perfora para mostrar las llagas, las heridas y los viejos dolores de la querida provincia, cuna de nuestra Independencia. Por ello se remonta a su historia, al desarrollo económico de la provincia, inescindible de la producción azucarera, de la creación de los ingenios a cuyo alrededor se levantaban pueblos, se forjaban historias, se amasaban rebeldías y esperanzas frente a la injusticia.
“La conflictividad y la agitación social aumentaron con el cierre y el desguace de once de los veintisiete ingenios, a partir de las medidas económicas tomadas en 1966 por el presidente de facto, general Juan Carlos Onganía. Tucumán no se recuperó nunca de esas mutilaciones, que barrieron de la provincia a unas 250 000 personas, la tercera parte de la población. Los núcleos urbanos surgidos y alimentados por los ingenios, la mayoría en su propio predio, al perder la ambigua protección paternalista fueron languideciendo como pueblos fantasmas. En paralelo, ese agónico proceso tuvo su contracara en una vigorosa movilización popular, enriquecida por el activismo proveniente de la que era una de las más prestigiosas universidades del país, y por el Movimiento de Sacerdotes del Tercer Mundo. Fueron el combustible de los tres Tucumanazos – dos en 1969 y el último en 1970-…” (pag. 19)
Si hemos elegido transcribir este párrafo es porque lo consideramos un nudo, sino el principal del relato, que permite comprender la dinámica económica, social y política que precede a la salida represiva que encontraron las clases dominantes.
“Tucumantes…” es un libro militante, combate el silencio, en sus páginas admite derrotas y retrocesos, pero no se rinde. Busca las estrategias, los caminos, los rodeos necesarios para cumplir su objetivo. En su persistencia, la autora da cuenta de sus aprendizajes; sin resignar principios ni un posicionamiento claro del lado de la memoria, la verdad y la justicia, comprende la necesidad de no prejuzgar, de no adoptar una actitud maniquea, de navegar en profundidades que exigen ecuanimidad y equilibrio. Por ello se permite poner entre paréntesis la condenación moral al dirigente montonero quebrado por la tortura y luego obligado a trabajar en la Jefatura de Policía de Tucumán, quien logra sacar numerosos documentos que acreditan los secuestros, tormentos y asesinatos perpetrados por los represores erigidos en los dueños de vidas y haciendas. La ocultó durante años y en 2010 entregó a la justicia la primera lista de desaparecidos elaborada por los propios represores.
Las historias individuales arrancadas al silencio que dejó como herencia el terror, pero que se ve alimentado en la actualidad por los poderes de turno, se van concatenando para ofrecernos finalmente un cuadro completo del terrorismo de estado en la provincia. Pues en este relato participan dirigentes políticos que están vivos y activos.
“Faltan varios eslabones en la historia reciente de la provincia. Y quienes fueron testigos de esas mutilaciones enmudecieron de miedo. Tucumán sufrió la mutilación de su masa crítica. La que habría podido desmontar a tiempo el relato oficial. La que habría generado un recambio de dirigentes. Cuando se disipó la censura, a La Gaceta, -el medio más influyente, que la había complementado con una autocensura complaciente y fluídos contactos con el gobierno de facto – tampoco le interesó reconstruir lo sucedido. Sin justicia que investigara, sin medios de comunicación que recordaran ni desentrañaran, sin escuelas que contaran y esclarecieran, el discurso de los perpetradores continuó siendo el único relato.” (p.87)
Más adelante la autora afirma: “… el 15 de marzo de 2018, la Legislatura aprobó la designación, impulsada por el gobernador Manzur, del doctor Fernando Maggio como juez provincial, a pesar de los enérgicos cuestionamientos de los organismos de derechos humanos, ya que el abogado, hasta ese momento, representante del arzobispado tucumano, es un activo militante a favor de la dictadura y ha sido defensor de una decena de civiles, ex integrantes de fuerzas de seguridad y miembros de la Iglesia en juicios por delitos de lesa humanidad. Manzur sumó otra provocación a fines de octubre de ese año cuando nombró -sin concurso previo- a Nadia Orce como fiscal auxiliar en la Fiscalía Especializada en Violencia Familiar y de Género, a pesar de haber defendido a un colega en varias acusaciones de acoso y violencia machista. La abogada, hija del ex policía Francisco Camilo Orce, y su defensora durante el juicio por el Operativo Independencia, fue denunciada por intentar sobornar a testigos y luego amedrentarlos; también sumó amenazas de muerte al fiscal federal Pablo Camuña. Además, forma parte de Abogados Defensores de Derechos Humanos de Latinoamérica, que congrega a letrados que representan a acusados en causas de lesa humanidad”. (p.91)
La autora denuncia también la realización de una charla que dio Ricardo Bussi, hijo del dictador, en la Escuela de Comercio “República de Panamá”, ciudad de Concepción. La misma toma notoriedad a raíz de una nota de agradecimiento en Facebook de la practicante Agustina Janin. “Quiero agradecer a Ricardo Bussi, por haber asistido a nuestra clase y dar su testimonio. Sobre un tema que nadie quiere hablar y muchos quieren callar. Un aplauso para este gran hombre que no solo habló sino que explicó a mis alumnos lo que se vivió durante el período del 76 y poder honrar la memoria de su padre”. Ante el rechazo de la Secretaría de Derechos Humanos y del Ministerio de Educación, la profesora se atajó diciendo que estaba prevista otra charla de una familiar de desaparecidos. La respuesta de Bussi fue una carta al gobernador Manzur donde pide la remoción de la secretaria de derechos humanos Érica Brunotto, por “no respetar la pluralidad de voces”,”como si las balas, las carpetas del Perro Clemente, y los restos de desaparecidos hallados en fosas clandestinas, fueran simplemente opiniones. Ningún funcionario provincial salió a respaldar a Brunotto. El gobernador volvió a quedarse callado”. (p. 91 y 92)
Que los efectos del Terrorismo de Estado perduran con fuerte arraigo en el sentido común lo demuestra la adhesión de parte de la población al discurso autoritario. “En 2017 la serpiente incubó otra nidada. Para las elecciones primarias abiertas, los afiches de Fuerza Republicana prometieron: “El ejército para cuidarnos. Bussi es seguridad”. El hijo del genocida consiguió 90.322 votos. Para las elecciones del 22 de octubre redobló la apuesta y ofreció “Servicio militar obligatorio para los jóvenes que ni trabajan ni estudian”. Su discurso represivo consiguió aumentar por decenas de miles el número de adherentes: 155000 votos, el 15,81% del total”. (p.92 y 93)
En las difíciles horas que vive nuestro país a raíz de la agobiante situación socioeconómica que padece nuestro pueblo, se suma el peligro de la fascistización de la sociedad, propia de la falta de salida a la crisis, de la desesperanza de millones, aprovechada por los medios que responden al mismo poder que promovió el golpe de estado de 1976, bien que en condiciones totalmente distintas, para volver a poner en la agenda una falsa salida violenta. En ese sentido, no dudamos en afirmar que el libro de Sibila Camps es un aporte enorme a la lucha por la verdad, la memoria y la justicia, a la defensa del estado de derecho para que NUNCA MÁS regrese el monstruo. “Tucumantes…” aporta a la tarea de esclarecimiento de comunicadores populares, educadores, militancia en general en las aulas, en la calle, en cada tribuna que tengamos a disposición.