MÁRTIR DE NUESTRA AMÉRICA
Miguel Andrés Brenner
Integrante de la Comunidad del Sagrado Corazón
de la Parroquia Católica de la Santísima Trinidad
Rafael Calzada, Provincia de Buenos Aires, Argentina
Año 2022
Breve aclaración, sin otro aditamento:
La palabra “iglesia” viene del latín “ecclesia”, y a su vez del griego “ekklesia”. En Atenas, la “ekklesia” era la asamblea de ciudadanos reunidos para discutir asuntos políticos. San Pablo utilizó esta palabra para referirse a la congregación de creyentes cristianos. O sea, “iglesia” no es meramente la jerarquía, lo es todo creyente que se congrega como cristiano. En tal sentido, el pueblo de Dios está integrado por una multiplicidad de miembros, cada uno con sus diferentes compromisos ideológicos, políticos, culturales, étnicos, de género, etc. Generalmente los medios de difusión, cuando aluden a la “iglesia”, se refieren a las cúpulas, y esto induce a un severo error, por cuanto se identifica a la parte (cúpula) con el todo (los creyentes que se congregan). Luego de la presente aclaración, vayamos a nuestro tema: el martirio de Monseñor Oscar Arnulfo Romero el 24 de marzo de 1980.
Mártir (del griego «μάρτυς, -υρος»): “testigo”, testigo de la vida.
https://www.youtube.com/watch?v=bD_UWbq4i2E Últimas palabras de Monseñor Romero antes que lo asesinaran el 24 de marzo de 1980
Monseñor Romero, luego de luchar por los derechos humanos de los pobres, de los oprimidos por el gobierno y los detentores del poder económico, cae asesinado por un certero disparo de calibre 25 directo al corazón, el 24 de marzo de 1980, mientras celebraba una misa en la capilla del Hospital de la Divina Providencia en San Salvador.
Luego de escuchar los audios, toda palabra sobra. Sus palabras no son meras palabras vacías, las regó con su sangre. Su vida fue compromiso, dar la propia vida por el otro, que es lo mismo que amar a Dios. El prójimo no es quien está próximo, a la manera de un vecino. El prójimo es aquél que padece de necesidades y del que uno mismo se hace cargo. En tal sentido, evangélicamente, “el prójimo soy yo, que me hago cargo del otro, del necesitado”, “el prójimo somos nosotros, que nos hacemos cargo del otro, del necesitado”. ¿Y qué es lo opuesto al prójimo?: quien mata, quien quita la vida del otro, quien lo hace padecer, aunque no lo asesine, pero lo condene a la pobreza. Oscar Arnulfo Romero luchaba contra quienes mataban la vida del pueblo de la centroamericana República de El Salvador. Acompañó al pueblo en su reclamo, arriesgando en cada instante su propia vida.
En Argentina tenemos varios mártires, entre otros, el Obispo Monseñor Enrique Angelelli, asesinado el 4 de agosto de 1976; los cinco religiosos de la Parroquia de San Patricio, asesinados el 4 de julio de 1976. Viví, personalmente, la matanza de San Patricio con mucha intensidad. La Iglesia estaba a una cuadra de mi domicilio, en la casa de los religiosos entraba y salía como si fuera mi propia casa. Vi los cinco cadáveres, los acribillaron boca abajo. Los llevo en mi memoria viva, como herida que no cierra, pero nunca para odiar, sí para pedir justicia, porque es el trampolín del perdón. Si bien el asesinato fue múltiple, lloro en particular al Padre Alfredo Leaden, quien me acompañó constantemente para afianzar mi espiritualidad. Llevo en mi carne su estigma.
No viví el crimen de Romero, sí, lo padezco. El valor de su prédica fue dar la vida por el prójimo.
Les dejo un pantallazo de su predicación[i]:
- La persecución es algo necesario en la Iglesia. ¿Saben por qué? Porque la verdad siempre es perseguida. Jesucristo lo dijo: «Si a mí me persiguieron, también os perseguirán a vosotros».
- Ya les dije un día la comparación sencilla del campesino: «Monseñor, cuando uno mete la mano en una olla de agua con sal, si la mano está sana no le sucede nada; pero si tiene una heridita ¡ay! ahí le duele». La Iglesia es la sal del mundo y naturalmente que donde hay heridas tiene que arder esa sal.
- Ya les dije un día la comparación sencilla del campesino: «Monseñor, cuando uno mete la mano en una olla de agua con sal, si la mano está sana no le sucede nada; pero si tiene una heridita ¡ay! ahí le duele». La Iglesia es la sal del mundo y naturalmente que donde hay heridas tiene que arder esa sal.
- Yo comprendo que es duro perdonar después de tantos atropellos; y sin embargo, ésta es la palabra del Evangelio: «Amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os odian y persiguen, sed perfectos como vuestro Padre celestial, que hace llover su lluvia e iluminar con su sol a los campos de los buenos y de los malos». Que no haya resentimientos en el corazón.
- En la parábola del buen samaritano tenemos la condenación de todo aquél que piensa honrar a Dios y se olvida del prójimo: ni el sacerdote, ni el levita, ni ningún hombre que por ir a Misa, por ir a adorar a Dios, por estar pensando en Dios, se olvida de las necesidades del prójimo.
- ¿Qué es el pecado? El pecado es la muerte de Dios. Es lo que hizo capaz de llevar a Dios hasta morir en una cruz, porque sólo así se puede perdonar. El pecado es el atropello a la ley de Dios. Es pisotear el designio de Dios. El pecado es irrespeto a lo que Dios quiere.
- La Iglesia no puede callar ante esas injusticias del orden económico, del orden político, del orden social. Si callara, la Iglesia sería cómplice con el que se margina y duerme un conformismo enfermizo, pecaminoso, o con el que se aprovecha de ese adormecimiento del pueblo para abusar y acaparar económicamente, políticamente, y marginar una inmensa mayoría del pueblo.
- No hay crimen que se quede sin castigo. El que a espada hiere, a espada muere, ha dicho la biblia. Todos estos atropellos del poder de la patria no se pueden quedar impunes.
- Dios no camina por allí, sobre charcos de sangre y de torturas. Dios camina sobre caminos limpios de esperanza y de amor.
- Queremos ser la voz de los que no tienen voz para gritar contra tanto atropello contra los derechos humanos. Que se haga justicia, que no se queden tantos crímenes manchando a la patria, al ejército. Que se reconozca quiénes son los criminales y que se dé justa indemnización a las familias que quedan desamparadas.
- Ahora la Iglesia no se apoya en ningún poder, en ningún dinero. Hoy la Iglesia es pobre. Hoy la Iglesia sabe que los poderosos la rechazan, pero que la aman los que sienten en Dios su confianza… Esta es la Iglesia que yo quiero. Una Iglesia que no cuente con los privilegios y las valías de las cosas de la tierra. Una Iglesia cada vez más desligada de las cosas terrenas, humanas, para poderlas juzgar con mayor libertad desde su perspectiva del Evangelio, desde su pobreza.
- Cuando la Iglesia se llama la Iglesia de los pobres, no es porque esté consintiendo esa pobreza pecadora. La Iglesia se acerca al pecador pobre para decirle: Conviértete, promuévete, no te adormezcas. Y esta misión de promoción, que la Iglesia está llevando a cabo, también estorba. Porque a muchos les conviene tener masas adormecidas, hombres que no despierten, gente conformista, satisfecha con las bellotas de los cerdos. La Iglesia no está de acuerdo con esa pobreza pecadora. Sí, quiere la pobreza. Pero la pobreza digna, la pobreza que es fruto de una injusticia y lucha por superarse, la pobreza digna del hogar de Nazaret, José y María eran pobres, pero qué pobreza más santa, qué pobreza más digna. Gracias a Dios tenemos pobres también de esta categoría entre nosotros. Y desde esta categoría de pobres dignos, pobres santos, proclama Cristo: Bienaventurados los que tienen hambre, bienaventurados los que lloran, bienaventurados los que tienen sed de justicia. Desde allí clama la Iglesia también, siguiendo el ejemplo de Cristo, que es esa pobreza la que va a salvar al mundo. Porque ricos y pobres tienen que hacerse pobres desde la pobreza evangélica, no desde la pobreza que es fruto del desorden y del vicio; sino desde la pobreza que es desprendimiento, que es esperarlo todo de Dios, que es voltearle la espalda al becerro de oro para adorar al único Dios, que es compartir la felicidad de tener con todos los que no tienen, que es la alegría de amar.
- Estoy recibiendo muchos anónimos verdaderamente groseros. Sepan, hermanos, que la posición que he tomado está a base de conciencia. No es sólo de presiones, como se dice; sino simplemente el deber de un pastor que siente la alegría, al mismo tiempo que la angustia, de vivir con su pueblo. Y desde el pueblo, fiel a la voluntad de Dios, caminar por un camino que sea verdaderamente el camino del Señor.
- La palabra que a muchos molesta, la liberación, es una realidad de la redención de Cristo. La liberación quiere decir la redención de los hombres, no sólo después de la muerte para decirles «confórmense mientras viven». No. Liberación quiere decir que no exista en el mundo la explotación del hombre por el hombre. Liberación quiere decir redención que quiere libertar al hombre de tantas esclavitudes. Esclavitud es el analfabetismo. Esclavitud es el hambre, por no tener con qué comprar comida. Esclavitud es la carencia de techo, no tener donde vivir. Esclavitud, miseria, todo eso va junto.
- Quiere Dios salvarnos en pueblo. No quiere una salvación aislada. De ahí que la Iglesia de hoy, más que nunca, está acentuando el sentido de pueblo. Y por eso la Iglesia sufre conflictos. Porque la Iglesia no quiere masa, quiere pueblo. Masa es el montón de gente cuanto más adormecidos, mejor; cuanto más conformistas, mejor. La Iglesia quiere despertar a los hombres el sentido de pueblo. ¿Qué es pueblo? Pueblo es una comunidad de hombres donde todos conspiran al bien común.
- Predicación que no denuncia el pecado, no es predicación del Evangelio. Naturalmente, hermanos, que una predicación así tiene que encontrar conflicto, tiene que molestar, tiene que ser perseguida. No puede estar bien con los poderes de las tinieblas y del pecado.
Oscar Arnulfo Romero, mártir, testigo de la vida: ruega por nosotros.
[i] https://www.cervantesvirtual.com/obra-visor/dia-a-dia-con-monsenor-romero-meditaciones-para-todo-el-ano–0/html/ff33506c-82b1-11df-acc7-002185ce6064_1.htm