“Los jóvenes no se van a quedar en casa si estos señores, van a ir a defender su oportunidad. Entonces ellos, los orcos como los llamo, van a tener que medir muy bien cuando quieran salir a la calle a hacer desmanes“
“El núcleo revolucionario de Javier Milei son jóvenes que trabajan y reclaman una oportunidad de poder trabajar y ahorrar, no trabajar y estar por debajo de la línea de pobreza. Ellos están muy firmes”.
A horas del triunfo electoral, esta fue la advertencia que lanzara Mauricio Macri, que no debe subestimarse. Los grandes grupos económicos han demostrado a lo largo de nuestra historia que la defensa de sus intereses y sus privilegios no se detiene ante nada y que el recurso a la violencia fratricida y el derramamiento de sangre siempre están en su agenda.
Muchas personas honradas que el 19 de noviembre intentaron cerrar el paso a la variante neofascista, están enojadas con los millones de explotados y de pobres que votaron al desquiciado. Su enojo se manifiesta en expresiones llenas de desprecio y en la abierta negativa a trazarse una política hacia ellos. Cuesta muchísimo poder asimilar el hecho distópico, darle la explicación racional que solo se puede encontrar en la multicausalidad: el rol de los medios hegemónicos, dos años de pandemia y la defraudación de las esperanzas populares por el gobierno anterior, son quizás las principales.
Por cierto, no somos originales si nos remitimos a la Alemania de los años 20 y 30 del siglo pasado. Las duras y humillantes condiciones que las potencias vencedoras impusieron a Alemania finalizada la Primera Guerra Mundial mediante el Tratado de Versalles, recayeron como no podía ser de otra manera, en las clases populares, en los que habían puesto los muertos en esa sangrienta contienda entre los imperialismos del momento. El resentimiento y el odio fueron el caldo de cultivo para el surgimiento del nazismo. Este explotó el sentimiento nacionalista, exacerbándolo y buscando a los culpables de la crisis de Alemania en las potencias vencedoras e internamente, en los judíos, los comunistas etc.
Así es que formaron sus propias fuerzas paramilitares, las Secciones de Asalto (SA) reclutando a los jóvenes de la pequeña burguesía, pero también en el semillero de los millones de obreros parados, sumergidos en la desesperación y la miseria. Las fuerzas progresistas y revolucionarias debieron defenderse de la violencia fascista de las SA que atentaban contra partidos y sindicatos, creando su propia autodefensa. Sin embargo, conscientes de que en esos grupos de choque había hermanos de clase extraviados y engañados por la propaganda nazi, jamás renunciaron a la lucha ideológica.
Ni siquiera en las guerras, los bandos en pugna renuncian de antemano a la tarea de persuasión sobre el bando enemigo para debilitarlo. En nuestro caso, el voto a Milei está muy lejos del enrolamiento entusiasta. Por ello, Milei no pudo llevar el millón de personas que soñaba a su asunción al gobierno el día 10 de diciembre ni se ve todavía que logre algún tipo de construcción territorial.
Ya en el gobierno, la aplicación de la doctrina económica del shock no hace ninguna clase de distingos entre su propia base electoral y el resto de la población. Hay que ir al encuentro de esos hermanos de clase, millones de jóvenes precarizados, de trabajadores carentes de todo derecho, que han caído del mapa hace ya mucho. Nunca esos pueden ser nuestro enemigo. No hacerlo, sí sería entregarlos en bandeja al enemigo verdadero. Unidad, unidad y más unidad es lo que necesita nuestro pueblo para construir poder popular y para vencer.