Por DARÍO BALVIDARES Tomado de Tramas
Estamos atravesando tiempos de pocas preguntas y de respuestas tecnocráticas, la economía domina el centro de la escena discursiva de las pantallas y los portales informativos, entretanto alguien vino a representar lo monstruoso que no estaba derrotado, sino agazapado.
Lo malo
Parece mucho hablar de 40 años de democracia, como si se tratara de un solo espacio cívico que habitamos, nos desenvolvemos y constitucionalmente respiramos; siendo que no lo habitamos igual, no nos desenvolvemos igual y nuestras respiraciones no exhalan ni inhalan los mismos aires, aunque la trama ideológica que la encubre como “manto sagrado” nos produzca la sensación de la “noble igualdad”. Esa “noble igualdad”, cantada en el himno, no verificada en el mundo real y por la que siempre preguntaba y luchaba, el maestro, Osvaldo Bayer, frente a las injusticias institucionalizadas.
Vivir en la era del rendimiento, de las mediciones estandarizadas, de la rendición de cuentas, de la autodegradación y autoculpa, como formantes del individualismo extremo no importa una cuestión natural, es el derrotero de la cultura neoliberal que se impone con sus modales de emprendedorismo exacerbado y del mundo al servicio de la producción y consumo de mercancías, con la correspondiente consecuencia, la marginación y exclusión.
La finalidad de la educación por competencias y habilidades no es la formación intelectual del estudiante, sino el logro de la performatividad económica para su desenvolvimiento en el mercado. Un ejemplo inmediato de esta mirada es la del ministro/candidato, Sergio Massa que, en ocasión de su visita a un Parque Industrial, afirma que “…el sistema educativo tiene que preparar a nuestros hijos para el nuevo mercado de trabajo…”. Idea que expresa, claramente, la educación como servicio y obtura que la educación sólo es transformadora de la sociedad cuando forma para la emancipación y no para los ciclos de reproducción capitalista, es por eso que no se habla de formación intelectual y sí de “capital humano” y eso es, exactamente, el proyecto que el neoliberalismo viene imponiendo desde todos sus dispositivos de control, formales y no formales, desde hace más de 40 años.
La legalización y el pago de la estafa conjunta entre el FMI y el macrismo, donde las consecuencias solo las paga el conjunto de la población y los mayores impactos son sobre más del 40% de la población, explica la continuidad de la colonialidad del poder bajo el paraguas de la “unidad nacional”, eufemismo de alianzas espurias para reafirmar la dependencia y la entrega en desiguales asociaciones público-privadas con las mismas reglas del juego y los mismos operadores (especuladores).
Como muy bien, expone en su artículo, Mariano Féliz “ también se muestran gestos cada vez más claros de los matices conservadores/liberales de un posible (incierto aun) gobierno de UxP: declaraciones en favor de la reforma laboral, acciones de “mejora en la eficiencia” (recortes) en la administración de los programas sociales, reducción de impuestos a empresas petroleras (para que suban menos el precio de los combustibles), devaluaciones fiscales (dólar exportador) y anuncios de reducciones de aportes patronales a empresas que aumenten su planta de personal. Todas decisiones o expresiones en línea con la ortodoxia económica…”, muestran la inclinación política proempresarial de Sergio Massa.
Lo monstruoso
El proyecto neoliberal intrínseco a la alienación y el fetichismo, para utilizar las categorías de Marx en cuanto a lo social y a la relación con el mercado es a lo que venimos asistiendo de manera tradicional, pero un objetivo aún más sórdido: la deshumanización total como nuevo horizonte teleológico con un feroz componente antisolidario es lo que se avecina, en nombre de la “libertad” de los antiderechos.
La voucherización de la educación y la salud públicas son el punto extremo del mercado, el voucher es el dispositivo de destrucción de lo público en beneficio del devenir privatizador, enajenador de lo que nos es común, como la escuela y el hospital.
La promesa de campaña de Javier Milei respecto del voucher en educación y en salud, desnuda el carácter de mercancía que Milei otorga a la educación. En la versión siniestra de Milei, donde “todo se paga”, la vida es una transacción dineraria donde la salvación está al resguardo del dueño de la motosierra.
¿Qué ocurre si con el sistema voucher las escuelas tienen baja matrícula?, le preguntaron al candidato de LLA. Su respuesta fue contundente: “cierra”. Sin embargo, casi al mismo tiempo dice, “sigue la educación pública pero no con Baradel en el medio sacándole días de clase a tus hijos”, en lo que intentó ser un podcast de campaña (sin comentarios).
Lo curioso es que cuando algún canal de televisión sale con sus movileros a la calle y pregunta a los ocasionales transeúntes si está de acuerdo con la propuesta de privatización de la educación pública que propone Milei, no es tan minoritario el sector de la población que lo acepta, hasta llegan a desearlo, en el convencimiento falaz de que “la privatización” trae la “mejora” por algún extraño efluvio mágico que opera no sólo por pensamiento de clase, sino por alienación.
Lo monstruoso da miedo, pero al mismo tiempo, fascina. Una parte del periodismo atribuyó la cantidad de votos que obtuvo La Libertad Avanza (LLA) a cierto “cansancio” en sectores de la población que no encontraron respuesta en las dos coaliciones, entonces mayoritarias, Unión por la Patria (UP) y en desmembrado Juntos por el Cambio (JxC).
Sin embargo, si reparamos en la imagen de un tipo con una motosierra en sus manos haciendo ademanes de ir contra lo que se le oponga y no esté en su registro de “realidad”, al grito de “viva la libertad, carajo”, lo aborrecible, lo disruptivo (en el sentido de provocador y agresivo) y lo grotesco dan forma al aciago showman, que es a quien votaron sus seguidores de todas las edades y condiciones sociales.
Tomando la hipótesis del “malestar” social que llevó a la existencia de Milei de saltimbanqui televisivo a candidato a presidente, la proyección de una crisis sostenida en el tiempo (como la que atravesamos en Argentina) tiene posibilidades de corporizarse en un ser monstruoso, en una especie de Asterión, la mítica figura del Minotauro, pero en la versión de Jorge L. Borges, en la que no solo aparece humanizado, sino que es el propio narrador de sus perversiones, contradicciones e ignominias.
Borges personifica lo monstruoso como tópico en la ficción; Milei exterioriza lo monstruoso como showman – candidato a presidente, con metáforas repulsivas como la comparación del Estado con un pedófilo, “…el Estado es el pedófilo en el jardín de infantes con los nenes encadenados y bañados en vaselina…” o “usted sale de la caverna y sí, puede haber bichos peligrosos, pero por lo menos tiene una chance de vivir. Adentro de la caverna se muere…”, aludiendo al mito de la caverna de Platón en comparación con la “incertidumbre” que significará su gobierno y “los bichos peligrosos”.
Brevemente. El mito de la Caverna, es una alegoría sobre el conocimiento y los universos contrapuestos entre el mundo sensible y el mundo de las ideas que Platón narra en su libro la República. Uno de los abordajes es, justamente, epistemológico, Platón se pregunta por el valor del conocimiento.
Lejos está el mito platónico de la esperpéntica interpretación mileiniana sobre “los bichos peligrosos” (que podrían habitar en su eventual gobierno)
De hecho, la “bichosidad” peligrosa no es una posibilidad, habita con nosotros, son portadores de lo monstruoso, Milei y sus mileinianos a los que se le suman, Mauricio Macri y Patricia Bullrich y otros pro(bsecuentes), maestros de la estafa ética (para usar una palabra generalizadora, aunque les quede grande).
La pedagogía de la crueldad se manifiesta no sólo en sus decires, cargados de etnocentrismo desde donde validan la xenofobia, el racismo y la discriminación. Las propuestas aberrantes de venta de órganos o de niños; la libre tenencia y portación de armas, la dolarización de la economía, la desaparición del Banco Central, eliminación de la obra pública se suman a la privatización de Aerolíneas Argentinas, del CONICET y la ya nombrada voucherización de la educación y la salud públicas, entre otras necedades como la privatización de los ríos (como el modelo chileno) y alambrar el mar para salvar a las ballenas.
La frutilla envenenada del postre filo fascista se consuma con las apariciones de Victoria Villarruel (candidata a vice) y su reverberar de la dictadura genocida con todas sus obscenidades, torturas, desapariciones, robos de bebés, vuelos de la muerte y todas las atrocidades ya documentadas por la historia, los juicios y los sobrevivientes del terrorismo de Estado, que la “sociopatía libertaria”, que anida en ella pretende no sólo negar como a los 30.000 desaparecidos, sino que reivindica el accionar de los asesinos, en el onírico y funesto imaginario de una guerra, que no existió.
No hay dudas que algo ha fallado si la elección es entre “lo malo”, conocido y “lo monstruoso”, por reeditar, corregido y aumentado, tan previsible como imprevisible.
Aunque lo monstruoso, debe quedar sólo como tema para la literatura, ya hemos vivido la era del minotauro.
Darío Balvidares