“No hay mayor negocio que vender a gente desesperada un producto que asegura eliminar la desesperación“. (Aldous Huxley)
Nunca insistiremos demasiado en que la victoria del neoliberalismo no es más grave en el terreno económico que en el terreno de la cultura y la penetración de las subjetividades.
Margaret Thatcher, en su momento primera ministra del Reino Unido, la llamada “Dama de Hierro” que los argentinos recordamos bien por la guerra de Malvinas, sintetizó en dos frases los propósitos del neoliberalismo: “No existe la sociedad, solo los individuos”. La segunda: “La economía es el método, el objetivo es cambiar el alma”.
Argelia Noemí Ibarra Ibáñez escribe: El capitalismo neoliberal está impactando de forma decisiva en las formas de subjetivación. El ser humano está atrapado en el mandato consumista que le ordena no solo ser un engranaje más, sino ser uno de los núcleos elementales que alimentan el sistema, estableciendo con ello un control a nivel individual, que transforma la esencia singular en un autómata dominado por el capitalismo que le ordena consumir más de allá de sus necesidades e intereses. Es decir, hay un establecimiento de control interno, donde ya no es necesario que alguien de afuera (la idea del panóptico, pensando desde Foucault) presione para ser parte de la maquinaria capitalista. El sistema ha hecho tan bien su labor que ha logrado entrar en el interior de los seres humanos, instaurando una forma de ser y de pensar basado en los intereses de la acumulación capitalista ilimitada. (…)”El capitalismo en su fase neoliberal ha entrado a los más íntimo del sujeto, imponiendo sus reglas de funcionamiento, anulando los deseos, e incluso, anteponiendo las leyes del mercado más allá del estrato socioeconómico, el cual se desdibuja en la inmediatez de la idea neoliberal de todo al alcance. Una fórmula que podemos percibir en la idea de lléveselo ahora, páguelo después, aplicada por miles de establecimientos comerciales y de financiamiento con la intención de que el individuo siga consumiendo, incluso más allá de sus posibilidades de adquisición reales.” (1)
¿Qué es lo que hace que una persona crítica de los males del capitalismo, presuntamente comprometida con ideales de liberación, en lugar de difundir la literatura socialista o comunista, no solo sea permeable a la literatura de “autoayuda” sino que además se entregue con entusiasmo a difundir la ideología del enemigo? ¿Se trata simplemente de una traición en toda regla? ¿Se trata de una enorme confusión ideológica y política? ¿O es que además esa literatura iría al encuentro de una búsqueda legítima tanto de alivio espiritual y físico cuanto una aspiración de bienestar y mejor calidad de vida? Quizás haya algo de las tres cosas. Sin embargo, estas líneas prefieren evitar el atajo fácil de la descalificación y en cambio tratar de comprender el fenómeno.
En verdad, la derrota de los proyectos emancipatorios y colectivos que irrumpieron con fuerza a lo largo del siglo pasado, de las utopías en suma, habilitó y disparó la desmesurada difusión de la literatura de “autoayuda”, que ya existía desde hace bastante tiempo antes, pero que solo a fines del siglo XX adquirió su actual volumen, una industria cultural que permeó a todos los estratos sociales.
Una vez que se hubo decretado “el fin de la historia y la muerte de las ideologías” (Francis Fukuyama), lo cual en el terreno material no equivale a otra cosa que la demolición del Estado benefactor, de la educación y la salud públicas, de la seguridad social, con millones de paradxs, con la destrucción de los lazos sociales de solidaridad y cooperación, a la par de la mercantilización y precarización de la vida social, el entronizamiento del hiperindividualismo, (la competencia despiadada, la búsqueda del éxito a cualquier precio, con la consiguiente generación de la incertidumbre, el miedo, la soledad), quedó habilitada la autopista para la literatura de autoayuda y adyacencias ( videos, conferencias, talleres, seminarios, “retiros espirituales”, cursos de coaching, las llamadas terapias alternativas y largo etcétera). Por otro lado, el equilibrio emocional y el éxito o el fracaso quedan circunscriptos a la responsabilidad del individuo, independientemente de las condiciones externas, sociales y políticas. Precisamente, el discurso de la literatura de “autoayuda” niega el conflicto la eventual necesidad de asumirlo y desalienta la organización y la acción colectiva, el reclamo sindical etc. El neoliberalismo una vez que te ha cortado las piernas te ofrece las carcomidas muletas de la llamada “autoayuda”. Y aquí es necesario intercalar una advertencia al lector o lectora. Las comillas obedecen a la evidencia de que no hay tal autoayuda, sino una literatura claramente prescriptiva, tanto como cualquier catecismo, decálogo religioso, recetario etc.
David Viñas Piquer (Barcelona 1968) que en 2012 publicara el libro “Erótica de la autoayuda” sintetiza así las estrategias que utilizan esos libros: Inducir a un cambio radical en la vida, convencer de que la felicidad es obligatoria, hablar del poder del pensamiento positivo… Estos son principios fundamentales de la autoayuda que configuraban un gran discurso entre todos los clásicos, pero ahora han venido una serie de epígonos de la autoayuda o imitadores que van cogiendo una o dos ideas de este gran discurso y son capaces de escribir 300 páginas y vender muchísimos ejemplares ¡con una idea que no es ni suya! Y añade más tarde: Estos libros tienen la habilidad de describir de una manera que el lector nunca lo siente ajeno a sus circunstancias vitales. Es decir, se puede aplicar el cuento. Esas apelaciones continuas del estilo “querido lector” hacen que al final sientas que te están hablando a ti y que todo eso va a ser útil para tu vida. Y eso está estudiadísimo. (2)
Agregaríamos nosotros, el autocentrarse en uno mismo, vivir el momento, en el aquí y el ahora, amarse a sí mismo y adaptarse a la incertidumbre. Por cierto, todos los autores de esta literatura proveen al lector de reglas, recetas o mandamientos. La escritora Louis Hay, uno de los más destacados íconos de la literatura de “autoayuda” tiene su propio catecismo. Extraemos del mismo algunos de sus preceptos.
Somos responsables en un ciento por ciento de todas nuestras experiencias.
Todo lo que pensamos va creando nuestro futuro.
Liberar el resentimiento llega incluso a disolver al cáncer.
Cuando nos amamos realmente a nosotros mismos, todo nos funciona en la vida.
Debemos dejar en paz el pasado y perdonar a todos.
Somos nosotros los creadores de todo lo que llamamos “enfermedad” en nuestro cuerpo.
El primero de los preceptos empalma perfectamente con los postulados del neoliberalismo. Si hubiera dudas, atribuye a la responsabilidad de los individuos “un ciento por ciento” de las experiencias. No existirían condicionamientos económicos ni sociales ni de otra índole. Si no conseguimos empleo, si no alcanza el salario para llevar lo mínimo a la mesa hogareña, es de nuestra exclusiva responsabilidad. Pero si nos esforzamos, podemos conseguir todo lo que nos propongamos. Tal es la base de la meritocracia, caballito de batalla del ideario neoliberal.
La búsqueda de la felicidad
Todo está en nuestra mente, como lo sugiere el segundo mandamiento. Curiosamente la autora lo extrae del arsenal del idealismo filosófico. De modo que no es la materia la que prima sobre la conciencia sino que es esta la que crea la materia entendida como la realidad objetiva. Si nuestra conciencia crea la realidad, somos también responsables de crear la enfermedad en nuestro cuerpo. Es difícil enumerar todas las implicancias de estas afirmaciones en la psiquis de un lector con escasa actitud crítica.
No es muy distinto el planteo de otro gurú de la literatura de “autoayuda”: Deekap Chopra.
“Es probable que la mente logre hacernos inteligentes, pero está mal equipada para darnos la felicidad, la realización y la paz”. Si recurrimos a una mirada más bien convencional, Inteligencia es la capacidad o facultad de entender, razonar, saber, aprender y de resolver problemas.
En Psicología, inteligencia es la capacidad cognitiva y el conjunto de funciones cognitivas como la memoria, la asociación y la razón. O sea, se trata de un término que ha sido objeto de análisis y de debate para llegar a cierto acuerdo. En cambio, más difícil es definir la felicidad. Encontramos en internet esta: Estado de ánimo de la persona que se siente plenamente satisfecha por gozar de lo que desea o por disfrutar de algo bueno. ¿Hallaremos en el mundo dos personas que se sientan plenamente satisfechas con lo mismo? ¿Existe un patrón general de la felicidad, una especie de metro como el que se encuentra en el Conservatorio de Artes y Oficios de París?
En la aseveración del empresario y escritor hindú podemos leer una velada oposición entre la inteligencia humana y las capacidades para alcanzar la mentada felicidad. En esa oposición pierde de antemano la primera pues en el mientras tanto, le baja el precio a la única herramienta que tenemos para intentar comprender las complejidades del mundo actual y manejarnos en él adecuadamente. De modo que, si queremos alcanzar la escurridiza felicidad, la realización y la paz, necesitaremos recurrir a los servicios del buen Dr. Chopra. El cambio radical que nos propone es la renuncia a toda la experiencia anterior. Hemos vivido equivocados confiando en los engaños de nuestra mente y nuestros sentidos. Menos mal que Él ha aparecido en nuestras vidas para iluminarnos.
“Te guste o no, todo lo que te está sucediendo en este momento es producto de las decisiones que has tomado en el pasado”. Es el mismo planteo de Louis Hay. La culpa de cuanto te pase, es tuya.
“En la incertidumbre encontraremos la libertad para crear cualquier cosa que deseemos”.
Desde ese punto de vista, un desocupado enfrentado al desafío diario de conseguir el alimento para sí y su familia, un trabajador precarizado, sin derechos ni protección social alguna, como sucede por ejemplo con los que trabajan en la calle en servicio de delivery, bajo contratos temporarios, sin saber si mañana tendrán o no empleo o si serán despedidos, se encontraría en mejores condiciones para “encontrar la libertad y crear ” que una persona con sus necesidades básicas cubiertas, estabilidad laboral y seguridad social. No olvidemos que hace solo unos años Esteban Bullrich, a la sazón ministro de educación del gobierno de Mauricio Macri, hacía una apología de la incertidumbre, invitando a adaptarse a la misma y aún a disfrutarla.
Cerremos esta secuencia del artículo con la frase de Paulo Coelho: “cuando quieres realmente una cosa, todo el universo conspira para ayudarte a conseguirla”. Le dejamos al lector la responsabilidad de hacer una lectura crítica ya que dicha aseveración sigue al dedillo la línea de pensamiento de los autores antes mencionados.
Culturas milenarias y marketing
Por último, digamos que este tipo de literatura toma prestados formatos y narrativas provenientes de distintas culturas y tradiciones lo cual les da hasta un aire de universalidad, salvo porque en realidad las adultera y las disuelve en un coctel de puro marketing.
Viviana Papalini, en su artículo “Recetas para sobrevivir a las exigencias del neocapitalismo (O de cómo la autoayuda se volvió parte de nuestro sentido común) afirma: (…) la autonomía aparece como una mistificación más; la insistencia sobre el empoderamiento y la creatividad habilitan procesos de control y autocontrol en una lógica que demanda poco del Estado, las instituciones y las empresas. La astucia no radica en la incorporación de este término de vigoroso ascendiente sino en el modo en el que se lo ejercita: la idea de autonomía, de evocaciones libertarias, legitima el trabajo a destajo, la precariedad del empleo, la flexibilidad del tiempo laboral que avanza sobre la vida privada, la multiplicación de las tareas que este involucra, la adaptación al cambio, la ausencia de marcos normativos y un compromiso total que no se circunscribe a la fuerza o a la capacidad de trabajo; se exigen cualidades subjetivas, tales como la imaginación para resolver los problemas y la constitución de una personalidad «amigable», a tono con los requerimientos de comunicación de las empresas. La enajenación agiganta su alcance; la creatividad se convierte en necesidad productiva.
«Autonomía» significa, en este marco, cargar con el peso del fracaso –devenido individual– pero sin tener el control de las estructuras en las que se juega esta peculiar apuesta y sin estar habilitados para discutir las reglas. El verdadero aprendizaje no está orientado a «saber hacer». Se trata ahora de «saber ser», y «ser» significa adaptarse al orden imperante. Este nuevo código, de tono casi orwelliano, determina paradójicamente que la autonomía es la entrega absoluta del sí mismo y que somos responsables tanto de nuestra felicidad como de nuestra desgracia. Solitariamente responsables.(3)
¿No empalma este párrafo de la autora con la sintética y terrible frase de Thatcher: “La economía es el método, el objetivo es cambiar el alma?
¿Qué espiritualidad para un nuevo tiempo?
Si acordamos en que la vida espiritual de una sociedad es el resultado de su modo de producción y reproducción de la vida material, podremos sacar nuestras propias conclusiones de qué lugar ocupa o puede ocupar la espiritualidad o las espiritualidades en una sociedad regida por el capital, la explotación, la depredación de la naturaleza y el lucro. La espiritualidad bajo la hegemonía neoliberal pasa también a ser una mercancía más, es decir, objeto de consumo masivo y se van constituyendo nichos para cada segmento social bajo las formas religiosas, místicas, más diversas.
Hace un siglo el marxista peruano y nuestroamericano José Carlos Mariátegui (1894-1930) nos interpelaba así: “¿Qué espiritualización, ante todo, es la que se desea? Si la civilización capitalista en su decadencia -bajo tantos aspectos, semejante a la de la civilización romana- renuncia a su propio pensamiento filosófico, abdica de su propia certidumbre científica, para buscar en ocultismos orientales y metafísicas asiáticas, algo así como un estupefaciente, el mejor signo de salud y de potencia del socialismo, como principio de una nueva civilización, será, sin duda, su resistencia a todos estos éxtasis espirituales. (4)
Quizás, esta aseveración, a unas décadas de la caída del Muro de Berlín, puede parecer temeraria. Sin embargo, ante la evidencia de que el capitalismo nos lleva al precipicio, la lucha por la utopía es tanto o más válida que hace dos siglos. Los pueblos, como el agua, buscan su cauce muchas veces contra toda esperanza, aciertan, se equivocan, y van aprendiendo de la experiencia porque como afirmara Walter Benjamin:“Nuestra imagen de la felicidad está indisolublemente ligada a la imagen de la redención”.
Partimos de un axioma que la experiencia histórica avala y confirma: Nadie se salva solo. Las condiciones de realización y desarrollo pleno del individuo son inseparables de la realización y desarrollo pleno de la sociedad donde vivimos. Somos con los otros o no somos nada. La verdadera autonomía, el verdadero empoderamiento será entre productores libres, en el marco de la solidaridad y la cooperación. No existe oposición entre individuo y comunidad, sino que por el contrario ambas son complementarias, es inviable el uno sin la otra. Somos seres sociales, producto del paciente trabajo de la historia, del desarrollo de un conocimiento que es patrimonio universal de toda la humanidad y que solo la violencia del capitalismo nos ha expropiado. Soñamos con una sociedad donde las personas produzcan sin la compulsión física de venderse como mercancía, sino movilizados por estímulos morales, esas personas serán más plenas, con más riqueza interior y responsabilidad guiadas por grandes sentimientos de amor. Y si Margaret Thatcher supo sintetizar los objetivos del neoliberalismo, nosotros recurrimos a Rosa Luxemburgo: “Por un mundo donde seamos socialmente iguales, humanamente diferentes y totalmente libres.”
(2)https://www.lavanguardia.com/vida/20120213/54252476422/entrevista-david-vinas-autoayuda-erotica.html
(4) El idealismo materialista. José Carlos Mariátegui. Fondo de Cultura Económica. 1991.