A 20 años del 19 y 20 de diciembre de 2001
Jorge Romero
20/12/2021
“Salvo el poder, todo es ilusión”
Lenin
20 años de aquellas jornadas del 19 y 20 del 2001 que convirtieron a diciembre en un momento apoteótico de la lucha de clases en la Argentina.
Los y las miles y miles que ganaron las calles por aquellos días fueron la síntesis de un momento histórico que pateó el tablero de quienes profesaban el inexorable triunfo de las leyes del mercado. La clase trabajadora ocupada y desocupada venía protagonizando enormes manifestaciones de lucha y organización en distintos lugares que, desde finales de los 90, se expresaba en huelgas, piquetes, ocupaciones, asambleas barriales. A ello se sumaría la movilización de sectores de la pequeña burguesía y capas altas de la clase trabajadora que irrumpieron tras la confiscación de sus ahorros. Por aquellos días se repetía la consigna “piquete y cacerola, la lucha es una sola”, síntesis de una alianza que se objetivó a raíz de la agudización de la situación económica y política que se elevaba a una impugnación generalizada de las reglas del sistema político cristalizada en “que se vayan todos, que no quede uno solo”. En las barricadas se mezclaban administrativos de camisa y corbata con desocupados que combatían contra una represión encarnizada. ¿Fue aquella materialización de esa alianza una excepcionalidad, un accidente histórico, o es un elemento a tener en cuenta para pensar táctica y estratégicamente una política que verdaderamente se ponga la disputa por el poder como horizonte fundamental?
Este punto no es menor, puesto que la reconfiguración de la gobernabilidad post 2001 encarnada por el kirchnerismo combinó las condiciones macroeconómicas de una coyuntura internacional favorable con una política centrada en neutralizar la potencia de esa alianza social: el despliegue de una política asistencialista fenomenal, junto a una estrategia dirigida a sectores progresistas y pequeñoburgueses, ya sea a través de subsidios, cooptación de las expresiones contestatarias para incorporarlas a la administración del Estado o apropiación de reclamos y banderas de movimientos y organizaciones post dictadura.
Ese bloque que fuera hegemonizado en ese momento por el kirchnerismo pareciera haber perdido la iniciativa y se va incorporando (como tantas otras cosas) a una liturgia oficial que sistemáticamente le arrebata el potencial contestatario a esas jornadas. Prueba de ello es el acto encabezado por el presidente Alberto Fernández, hombre forjado en las filas del grupo Calafate.
¿Abrió el 2001 un ciclo de luchas o lo clausuró el peronismo en sus facetas duhaldista y kirchnerista? Harían falta muchas más líneas refiriendo con detalle esta cuestión, pero lo cierto es que el capitalismo argentino en estos 20 años viene experimentando una descomposición aguda a pesar de algunos impases que difieren y retardan su agonía. Con unos niveles brutales de pobreza, desigualdad, superexplotación, desocupación y endeudamiento, está a las claras que existe una situación objetiva que se asemeja en muchos sentidos a la de aquellos años. Sin embargo, las condiciones subjetivas han retrocedido enormemente a raíz del anidamiento de concepciones reformistas, posibilistas y derrotistas ungidas por los marcos laclausianos que acompañaron a la edificación de las experiencias populistas de la década del 2000. Muchos sectores de la militancia que hace 20 años repudiaban al “FMI y sus planes”, que repudiaban a Rodrigo Rato, hoy inventan curiosos malabares teóricos y discursivos para defender el accionar político de un gobierno que no tiene más nada que ofrecer excepto ajuste y represión, se llame “reperfilamiento” o “sintonía fina”.
Una de las conclusiones más contundentes del 2001 es la ausencia de una organización revolucionaria, una expresión que centralice, condense, exprese y direccione las fuerzas de la clase trabajadora mediante un método y una estrategia que tengan por objetivo central el poder. Al contrario, la resignación ha hecho mella y las fórmulas más banales y ridículas se adoptan para hacer de las carencias auténticas, virtudes dignas de ser celebradas.
El culto al esponteneísmo, el economicismo que empobrece la lucha reivindicativa, la dificultad para crear experiencias perdurables de coordinación y la incapacidad para superar el estadio de la resistencia a las ofensivas patronales también nos hablan de las taras que transitan las direcciones obreras sindicales. Aunque es verdaderamente un mérito seguir dando batalla en un marco generalizado de conducciones burócratas y petrificadas que no disimulan en su acomodamiento a los gobiernos de turno.
A 20 años la burguesía, por ahora puede dormir tranquila. Pero es consciente que el 19 y 20 de diciembre están grabados a fuego en la memoria colectiva como expresión de la potencia de la clase trabajadora. Y le teme, es su peor fantasma.
A 20 años aún hay mucho para discutir, muchas lecciones que extraer de aquellas jornadas memorables preñadas de fortaleza y dignidad combatiendo al poder burgués. Ese poder burgués que se contenta explicando el Argentinazo por el rol de los barones del conurbano o las corridas de mercado como elementos que justifican pragmatismos palaciegos y restringen la política a una disputa de fracciones por arriba, allí mismo tiembla cuando se alza la memoria de quienes cayeron luchando. Porque su lucha es y debe ser la nuestra, un mojón en el camino de la historia de la clase trabajadora argentina en su objetivo de ser poder.