LA REVOLUCIÓN Y LO REVOLUCIONARIO

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Pensar al Che nos impone desacralizar su figura y  bajarla a tierra para intentar dialogar con él, con su pensamiento.

El 8 de octubre de 1967 el Che libró su último combate en la quebrada de Yuro y fue capturado por los rángers  bolivianos con apoyo de la CIA norteamericana. Al día siguiente sería asesinado en una escuelita de La Higuera. Así nació la leyenda y el ícono de la rebeldía contra las injusticias en cualquier parte del mundo.

¿Qué escribir sobre el Che que no haya sido ya escrito o dicho? Pensar al Che es pensar la Revolución sobre todo cuando ésta no parece posible y sin embargo, por eso mismo, resulta más necesaria que nunca.

“Ese ser humano cuya capacidad de cariño se extendió a los sufrientes del mundo entero, pero llevándoles el mensaje de la lucha seria, del optimismo inquebrantable, ha sido desfigurado por la historia hasta convertirlo en un ídolo de piedra.

Para que su ejemplo sea aún más luminoso, es necesario rescatarlo y darle su dimensión humana”.  Estas palabras que pertenecen a una “Síntesis biográfica de Marx y Engels” redactada por el Che después de su regreso del Congo  como un esbozo preliminar para un futuro libro de Economía Política y dedicadas al autor de “El Capital”, pueden aplicarse sin cambiar una coma a él mismo.

“… Marx fue siempre, no debemos olvidarlo, un individuo humano hasta la sublimación. Quiso a su mujer y a sus hijos con cariño único, pero debió anteponerles la obra de su vida. Doloroso fue en este padre y marido ejemplar, el que sus dos amores, su familia y su dedicación al proletariado, fueran tan excluyentes. El trataba de hacerlos compatibles, pero siempre alienta en su correspondencia privada el eco de un escrúpulo, que apaga el razonamiento, ante la vida, ante la vida estrecha, a veces miserable, que debía sufrir su familia”.  

Sobre él decía Fidel Castro:

“Che era una de esas personas a quien todos le tomaban afecto inmediatamente, por su sencillez, por su carácter, por su naturalidad, por su compañerismo, por su personalidad, por su originalidad, aun cuando todavía no se le conocían las demás singulares virtudes que lo caracterizaron”.

“Si queremos expresar cómo aspiramos que sean nuestros combatientes revolucionarios, nuestros militantes, nuestros hombres, debemos decir sin vacilación de ninguna índole: ¡Que sean como el Che! Si queremos expresar cómo queremos que sean los hombres de las futuras generaciones, debemos decir: ¡Que sean como el Che! Si queremos decir cómo deseamos que se eduquen nuestros hijos, debemos decir sin vacilación: ¡Queremos que se eduquen en el espíritu del Che! Si queremos un modelo de hombre, un modelo de hombre que no pertenece a este tiempo, un modelo de hombre que pertenece al futuro, ¡De corazón digo que ese modelo sin una sola mancha en su conducta, sin una sola mancha en su actitud, sin una sola mancha en su actuación, ese modelo es el Che!”

“Si queremos expresar cómo deseamos que sean nuestros hijos, debemos decir con todo el corazón de vehementes revolucionarios: ¡Queremos que sean como el Che!”

“En su mente y en su corazón habían desaparecido las banderas, los prejuicios, los chovinismos, los egoísmos, ¡y su sangre generosa estaba dispuesto a verterla por la suerte de cualquier pueblo, por la causa de cualquier pueblo, y dispuesto a verterla espontáneamente, y dispuesto a verterla instantáneamente!”

Pensar al Che nos impone sobreponernos a la honda  emoción, desacralizar su figura intencionadamente reducida al aspecto militar y  bajarla a tierra para intentar dialogar con él, con su pensamiento.

Pensar al Che es pensar su internacionalismo,  su concepción global de la lucha revolucionaria. Sin embargo, ese internacionalismo práctico  no  tenía los pies en la vieja  Europa sino  en los países del llamado Tercer Mundo.

En segundo lugar era la suya una visión que desafiaba los dogmas, las proposiciones deterministas que habían terminado convirtiendo el método materialista en una escolástica impotente. Con cabeza abierta para comprender la dolorosa realidad nuestroamericana,  en su formulación del Hombre Nuevo, resuena el encuentro entre José Ingenieros, autor de “El hombre mediocre”,  el pensamiento martiano y el marxismo.

En tercer lugar para Guevara cobraba fundamental importancia el factor subjetivo. “Marx se preocupaba tanto de los factores económicos como de su repercusión en el espíritu. Llamaba a esto “hecho de conciencia”. “Si el comunismo se desinteresa de los hechos de conciencia podrá ser un método de distribución, pero no será jamás una moral revolucionaria”.  “El hombre -sostuvo-  es el actor consciente de la historia. Sin esta conciencia que engloba la de su ser social, no puede haber comunismo”.

Traer al Che al mundo actual regido por la pandemia en el cuadro del neoliberalismo brutal, significa traer al aquí y el ahora su ejemplo y sus ideas. Las convulsiones que  agitan y desgarran esta civilización capitalista, el bombardeo mediático en las redes virtuales hace más actual que nunca la lucha por la conciencia, por una nueva subjetividad transformadora. Y esa nueva subjetividad sólo puede ser el fruto de una praxis que reúna la diversidad de actores en la lucha contra el capitalismo y el imperialismo, donde brillan con luz propia el movimiento de las mujeres y disidencias sexuales,  la juventud,  las masas trabajadoras y  los pueblos originarios. Tal es el legado del Che que hay que revisitar, repensar y debatir en una lucha que es de vida o muerte.

La actualidad de la Revolución está en su necesidad y en su posibilidad cada vez más apremiante. Lo revolucionario reside en toda acción que aborde resueltamente la batalla cultural entendida como lucha integral contrahegemónica en el terreno de los valores, de las prácticas, de la disputa del sentido, en oposición a las culturas represoras  (Alfredo Grande) y las lógicas mercantilistas y consumistas que envenenan la vida social.

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