”. Un cuento de Carlos Bazzano
Relato ganador del primer premio del Concurso de Cuentos Cortos, edición 2021, del Programa de Arte y Cultura del Banco Central del Paraguay.
Una introducción necesaria
La evolución de la literatura en el Paraguay es inescindible de las vicisitudes sociales y políticas del país hermano. Una mirada relativamente superficial se quedaría con el aislamiento geográfico, político, como característica principal del mismo. Aislamiento impuesto por los gobiernos de Gaspar Rodríguez de Francia y Solano López en el siglo XIX; aislamiento, genocidio y sometimiento luego de la infame Guerra de la Triple Alianza y aislamiento y estancamiento en el siglo siguiente como producto de sucesivas dictaduras entre las cuales sobresale por su duración la de Alfredo Stroessner. Pero su realidad social y cultural, tributaria de una tradición mestiza que da cuenta del choque de culturas entre la conquista española y la población originaria nos invita a visitar su literatura, su poesía, que ha florecido en las más complejas y difíciles condiciones históricas. Entre esas voces, como las de Augusto Roa Bastos, Elvio Romero, Carmen Soler, Renée Ferrer, Susi Delgado entre otros, asoma la voz profunda de Carlos Bazzano como expresión de nuevas generaciones.
Carlos Bazzano (1975) es escritor y gestor cultural. Ha publicado varios poemarios y su obra ha sido incluida en antologías nacionales e internacionales. Obtuvo el primer premio del Concurso Nacional de Cuentos El Cabildo (2008) y el primer premio del Concurso Nacional de Cuentos Jorge Ritter (2015). Ha participado en emprendimientos editoriales y ha coordinado diversas publicaciones. Agradecemos a la Dirección del Sector Cultural del Banco Central del Paraguay por habernos facilitado el texto y autorizado su reproducción.
En una entrevista aparecida en el portal de noticias Pressreader, refiriéndose a su libro Qebd (Que en bar descanse) expresaba: “¿Onde está la poesía? ¿En los libros, en la gente, en el dolor, en el amor? En todos estos espacios se encuentra poesía. Ahí puede estar una persona sola esperando a alguien. En una manifestación puede haber mucha poesía. En el siguiente relato, Bazzano logra que en medio de la dura realidad represiva de su país aparezca la poesía, demostrando que la denuncia y la belleza no están reñidas entre sí.
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Rosa Shipper observa el paisaje de la frontera. El sol del mediodía chaqueño es intenso. Está cansada pues ha dormido poco y, quién sabe por qué motivo, los meandros de la memoria la llevan a una plaza del microcentro asunceno, y también a Wolf. Una diminuta lágrima llega hasta la comisura del labio que dibuja una casi imperceptible sonrisa. Ahora la memoria la lleva frente a la puerta de una cárcel. Ahí está Rosita, apretando una vianda, mientras un soldado le dice que no, que no puede pasar, que las visitas están prohibidas. Detrás del soldado hay una puerta cerrada y detrás de esa puerta un pasillo que conduce a una celda. Tras las rejas está el pintor Wolf Bandurek.
A Wolf lo han rapado. Él no eligió el nuevo corte de pelo. Son tiempos difíciles en Asunción. Sus peluqueros están enmascarados, son policías del Departamento de Investigaciones. Primero lo han azotado con sables, fueron cincuenta azotes al torso desnudo del extranjero con ideas extrañas. Después lo obligaron a ver cómo torturaban a su amigo Alfredo Alcorta. Ahora está en una celda oscura. Wolf tiene miedo y no tiene miedo, ahora escupe sangre, ahora intenta pensar en otras cosas; recuerda. La memoria lo lleva a su ciudad natal, luego a la Academia de Bellas Artes de Poznan, luego al Hochschule für Bildende Künste de Düsseldorf, Alemania. Sí, ahora a sus primeras experiencias con el expresionismo, ahora recuerda cuando le contaron que su nombre estaba marcado y decidió irse lejos. Los Bandurek, al ser hijos de judíos, como cientos de inmigrantes escaparon de Europa y llegaron a Sudamérica con poco, casi nada. Ahora los recuerdos lo llevan a la Argentina y finalmente al Paraguay de la posguerra del Chaco.
Wolf solo intenta respirar. Los torturadores lo han dejado tirado en una celda sin techo. Unas horas antes, a las 9 de la mañana del 18 de mayo de 1943, un equipo de inteligencia de la policía entró con pistolas y garrotes a su casa ubicada en la numeración 12 de la calle El Progreso y lo llevó maniatado hasta Investigaciones. Antes de los azotes lo tuvieron rigurosamente incomunicado. Desde el aislamiento, Wolf escuchó muchas palabras en guaraní y castellano, pero también escuchó palabras en alemán. Era Siegfred Kassel, un amigo suyo, también pintor. A los gritos de Kassel se sumaban principalmente gritos de dolor de dirigentes obreros y estudiantiles que eran azotados, y los más infortunados luego eran sometidos a largas horas de sofocación en una bañera llena de agua, vómitos y excrementos dejados por quienes les precedieron en este amargo destino.
Rosita mira el horizonte y observa cómo la geografía lentamente va transformándose en sinónimo de añoranza. Tan solo unos años atrás podemos ver a Rosa Shipper en Colón casi Palma mirando las ofertas de un puesto de revistas. Su padre, al igual que Wolf, es polaco, pero él no es artista, es un confeccionista de camisas finas y prendas de vestir. Cada quince días, Rosa va al puesto para adquirir nuevas publicaciones sobre el mundo de la moda, las telas y la decoración. El dueño del puesto de revistas se llama Luis Livinson. Livinson fuma una pequeña pipa que trajo de Egipto, su país natal. El olor a tabaco ha quedado impregnado en las revistas y libros, pero esto parece no importarle ni a él, ni a sus clientes. A Rosa tampoco le importa, se queda paralizada ante la caja de oferta de libros usados, mira detenidamente las novelas y cuentos. Al terminar el ritual de revisión cotidiana de qué hay de nuevo en la caja de libros viejos, Rosa pasa unas monedas a don Luis y le pide una revista sobre telas para su padre. Rosa va sonriente. Don Luis, mientras frota levemente el borde de la cazoleta de su pipa, mira hacia el este y también sonríe.
Dentro de la revista sobre telas, Livinson incluyó discretamente la revista Claridad. Rosita lo sabe, pues para eso va junto al egipcio cada dos semanas. Varias células clandestinas trabajan para esta operación. La revista se despide de sus compañeras de la imprenta argentina, ingresa sigilosamente en el puerto de Buenos Aires, viaja de polizonte en un barco mercante, evade astutamente el puesto de control del puerto de Asunción, del puerto llega a la revistería y se impregna del fuerte aroma que emana el tabaco que fuma Livinson. De la revistería llega, al fin, dentro de una enorme revista sobre el mundo de las telas, al grupo en el que Rosita participa, actualizando así las novedades artísticas y revolucionarias. Livinson cambia el tabaco de su vieja pipa, sonríe y saluda a un nuevo cliente. Un día más con la tarea hecha.
Rosita es joven y está segura de lo que piensa, siente y hace. La conocen más como actriz. Salvo sus camaradas, pocos saben que Rosita integra la Unión Femenina del Paraguay. Ama la actuación. Desde hace unos meses, ella y su hermano Miguel integran la Compañía Paraguaya de Comedias, gracias a eso tiene frecuentes tertulias con artistas como Julio Correa y Roque Centurión Miranda. La otra vida de Rosa seguirá oculta por un lapso breve, pues la hora se acerca, la coyuntura local e internacional así lo demuestran. El asesinato de Salomón Sirota, víctima de las torturas el 5 de enero de 1936, indignó a toda la ciudadanía, las movilizaciones resquebrajaron el gobierno de Eusebio Ayala, luego se sobrevino la revolución del 17 de febrero, pero algo pasa entre los aliados civiles y militares, existen personas con pensamiento totalitario, y cada vez tienen más poder, y los exiliados europeos, al igual que muchos sindicalistas y artistas nacionales, saben bien lo que significa. La presión de las fuerzas internas de la revolución es intensamente dialéctica. Son dos modelos de país totalmente opuestos. Rosita y sus camaradas saben que un grupo va adquiriendo poder en diferentes esferas de la economía y de la política, ocupando espacios claves. Ella habla de esta situación con sus compañeras, y discuten, clandestinamente, por ahora, cómo afectará a los derechos de las mujeres. Y también habla de esto con muchos otros artistas e intelectuales, cuando, por ejemplo, va a la farmacia, en especial cuando ingresa a la robótica de una farmacia administrada por el dramaturgo Arturo Alsina, ya que para sobrevivir don Arturo trabaja de boticario, y a veces este querido lector de Ibsen, entre risas cuenta a sus contertulios que su farmacia es la primera botica cultural del Paraguay, y que los artistas son así, necesitan encontrarse para reír, llorar, creer y crear. Los hermanos Shipper son artistas. A veces, don Julio los invita a la casona en Luque para apostar a caballos, a la noche entre música, monólogos y káso ñemombe’u, hablan intensamente del presente y el futuro de estas violentadas tierras y el rol del arte. Pero todo esto es un recuerdo; Rosita, desde el Chaco argentino, siente añoranza. Ahora vuelve a recordar el último comentario que le dijo Wolf sobre su estadía en la cárcel. En ese recuerdo, Wolf respira con dificultad y la mira fijamente a los ojos, mientras le cuenta que cuando el sol del medio día le dio al rostro, despertó en una celda sin techo. Que desde la rendija vio unas botas acercándose, y que sin mediar palabras los policías lo sacaron de su celda y lo expulsaron de la cárcel.
En todo ese tiempo, compañeros como Rosita Shipper habían reportado sobre la situación de Wolf y de otros camaradas. Las notas fueron de la misma forma clandestina en que llegaban las revistas distribuidas por Livinson. Muchas fueron interceptadas por los servicios de inteligencia, pero algunas llegaron al objetivo. Se venían tiempos más oscuros, pero la nota sobre la situación de Wolf y sus compañeros llegó a destino. Días después de que el mensaje llegara a sus destinatarios, organizaciones sociales de Argentina denunciaron el hecho a nivel nacional e internacional. En Asunción, el gobierno militar tuvo que discutir el tema de los extranjeros hasta llegar a la conclusión de liberar al polaco y a algunos de sus camaradas para que la situación, como decían los asesores, se relaje.
Por delicadeza o timidez de Bandurek, Rosita no sabe que, cuando Wolf fue expulsado de la cárcel, caminó con dificultad rumbo a la estación del tren. Sentía la clara necesidad de pasar unos días en la casona de don Julio. El calor era intenso para un polaco, pero lentamente se iba adaptando. Nunca sabrá ella, que cuando Wolf cruzó la plaza del microcentro asunceno, recordó, como si fuera ayer, la imponente y delicada presencia de Rosita en el gran mitin del primero de mayo de 1936. Ahí recomenzó todo para él: nuevo clima, nuevos idiomas, nuevos colores, nuevo país. El exiliado pronto comprendió que la posguerra del Chaco estaba cargada de indignación, y que el país en sí apostaba por una nueva revolución, esta vez, a manos de una forzada unión entre civiles y militares. Con la sagacidad de los que ya vivieron la misma experiencia en otra geografía y en otro idioma, fácilmente reconoció lo que para algunos era necedad, y para otros como él, la necesidad para alzar la voz por un mundo mejor. Comprendió que los sindicatos y las organizaciones populares precisaban hacer una demostración de fuerza; el uno de mayo era clave. Y ahí estaba el pintor exiliado, Wolf Bandurek, presenciando su primer mitin paraguayo. Esa tarde, en el momento más agitado de los discursos que oscilaban entre el guaraní y el castellano, el líder sindical Francisco Gaona invitó a escuchar las palabras de la representante de la Unión Femenina del Paraguay, y fue así que, por primera vez en el día, en el momento más álgido, una joven subió al improvisado estrado de la tribuna popular. Con sorpresa, Wolf percibió el repentino silencio e, incluso, una repentina tensión. La mujer respiró hondo y, con seguridad, miró a los ojos sorprendidos de su público mayoritariamente masculino. Rosita, sin ningún temor, levantó sus brazos y de manera pausada pero firme, con sus ojos, sus manos, con sus dedos, con los puños crispados con cada centímetro de su cuerpo, y palabra por palabra, sílaba por sílaba, con todo su ser, a los estudiantes, obreros y espías presentes, dijo que: el movimiento revolucionario del 17 de febrero debía romper las cadenas que tan fuertemente oprimían al pueblo, y que la única forma para ser enteramente libre era que la revolución, sí, la revolución, debía ser democrática, y antiimperialista. Rosita nunca sabrá, pero gracias a esas palabras, Wolf no dudó y se sumó a la célula 1 de mayo.
Rosita, con su familia, buscaba donde iniciar la actividad de venta de camisas finas, en una nueva ciudad. Recuerda su discurso y no se arrepiente de ninguna de sus palabras. En esa tarde los espías anotaron el nombre de Rosita. Y días después, cuando la célula 1 de mayo inició sus actividades gremiales, anotaron el nombre de Wolf. Rosita y Wolf, como Kassel, Miguel, Julio Correa y otros eran anotados por los espías como artistas subversivos. Unos jóvenes que dan su vida al arte, al amor y a la revuelta, no pueden durar mucho en este país, decían, en voz baja, por supuesto, los pesimistas de ayer, hoy y siempre. Pero cuando todos murmuran, los impertinentes colores de Wolf alzan la voz. Hay momentos en la vida en que a la voz de un artista poco o nada le interesa el qué dirán. Los colores de Wolf hablan y cuentan sobre ese momento. Lo mismo sucede en las tablas con Rosa y su hermano Miguel.
Los meandros de la añoranza se mezclan, la tristeza y la alegría llevan desde dos geografías distintas a Wolf y a Rosita al mismo laberinto de evocaciones, suspiros e invocaciones. Todo es oscuro y los recuerdos son como faros, para quizás volver a encontrarse con seres iguales. La memoria los lleva a la dolorosa y bella esencia del arte y la revolución. En ese recuerdo mutuo Rosita y Miguel irradian felicidad, ambos trabajan en la primera película de larga duración de la historia paraguaya y en tiempos de Revolución. El recuerdo los lleva al vértigo, la tensión y la alegría de ese instante que no se repetirá y a la vez, extrañamente renace con cada acto de alzar la voz. Los recuerdos llevan a Wolf y Rosita al estudio. Mientras Wolf hacía un retrato del guionista, los hermanos Shipper compartían escena con actores amigos como Correa o Centurión Miranda, pero no era solo eso, ahora conocían a ese locutor y actor tan famoso de Argentina, Fromigué, y a esa hermosa y talentosa actriz, Maruja Pacheco Huergo. Pero, además, principalmente estaba James Bauer, un reconocido director de cine alemán, que también había logrado escapar de la persecución nazi hacia los judíos, y acá estaba Bauer, alzando su voz de cineasta en Paraguay, haciendo arte, continuando su vida ¡haciendo arte! Era una gran convergencia de artistas de diferentes nacionalidades y de diferentes disciplinas. El guionista era un músico llamado Remberto Giménez. Ante este contexto de agitada efervescencia artística, la pintura de Remberto fue hecha cuando se podía y como se podía. Wolf recomendó que el retrato fuera con el violín, pues este instrumento era la real pasión de Giménez. La añoranza también dibuja a un Correa feliz, empezaba a recibir ofertas de viajes a la Argentina para presentar sus obras de teatro, pero también, de paso, pero no tan de paso, aprovechar ese viaje para incursionar en el cine. La primera película de larga duración abría puertas para otras películas, y los actores lo sabían. Había mucho por celebrar, y mucho por batallar. Sin embargo, pocos meses después, el rodaje de la película fue detenido. Algunos afirmaron que fue por un escándalo entre actores. Otros, como Rosita y Wolf, que la película fue secuestrada por la facción totalitaria, como castigo a la ofensa de la presencia de Bauer; además fue impedida la exhibición de las escenas por, según la policía contrarrevolucionaria, la inmoralidad de la misma.
Rosita suspira desde su nuevo exilio, y desde ahí sigue pensando en Wolf y sus amigos. En ese mismo instante, desde Luque, Wolf añora a Rosita, mientras pide un trago a unos amigos españoles también exiliados que administran un bar cerca de la parada del ferrocarril. Sí, hay momentos en que un artista debe alzar la voz, y en ese momento no le importa el qué dirán, porque lo que dice es tan urgente como necesario. En Luque, a unas cuadras del bar donde Wolf añora, don Julio y su elenco ensayan, tampoco les importa el qué dirán, aunque las cosas van subiendo de tono, y más de una vez ya se ha ido preso. Muchos lo acusan de subversivo por escribir un poema dedicado a Pangolo, el estudiante que fue asesinado y tirado al río, o alzar la voz organizando una función en homenaje a José Asunción Flores. De la voz de James Bauer, de la película, no quedará nada, las escenas estarán en el recuerdo desperdigado en distintos exilios de los que hicieron parte del staff. Desde la Argentina, gravemente enfermo, el viejo Bauer también recordará esas escenas, como don Julio, como Rosita, como Wolf.
Rosita abraza a su hermano Miguel en el Chaco argentino, y Wolf, en Luque, toma un trago más y piensa en hacer un boceto del mercado guazú de Luque. Don Julio y su elenco siguen ensayando la escena. En lo único que piensan es que la función debe continuar. Wolf apura el trago y se despide de los españoles republicanos. Con cuidado enrolla el boceto del mercado guazú de Luque. Aún no sabe que, de la película de sus amigos, solo quedará el retrato de Remberto Giménez con un violín, donde destacan unas pálidas manos y un fondo oscuro, muy oscuro, entreviendo la melodía danzando en la penumbra. Aún no sabe Wolf, mientras saluda a un albañil que integra el elenco de don Julio, que dentro de poco su vida volverá a cambiar radicalmente y partirá a Buenos Aires, y que pronto deberá aprender, nuevamente, como Rosita, a ser extranjero en una nueva geografía, añorando un tiempo viejo, y buscando un tiempo nuevo, como otros en el teatro, en la música, y los pintores como él mismo, en los grabados y la pintura, alzando la voz, a su singular estilo, como siempre.