Por Ismael Jalil*
( A seis años de la muerte del Comandante en Jefe, Fidel Castro Ruz))
Ordene comandante en Jefe, díganos cuál batalla librar, nuestra victoria será inevitable”
Antonio Rodríguez Guerrero “Ordene Comandante en Jefe”
La firma de Karl Marx se expande en la marquesina del Teatro en el que apenas un par de meses antes de su muerte, “El Caballo” celebró su cumpleaños noventa.
Está en una de esas calles costeras entre La Habana y Miramar, el barrio dónde la otrora burguesía cubana sumaba puntos para su derrota.
En la vereda opuesta, y a la hora en que el sol se funde en el ocaso, asoma la imagen entrañable. Desde un cartel en el gran patio central de una empresa acopiadora de alimentos, su mano juguetea con la barba encanecida, la sonrisa pícara, y la mirada inteligente.
Con ese traje verde oliva que luce en la foto, con la misma lozanía que a los treinta y tres años, cuando bajó con su ejército popular victorioso dos años después de lanzar el Manifiesto de la Sierra Maestra.
Inconfundible, Fidel “pueblo en el pueblo”.
Su gran virtud fue no haberse instalado en el paisaje cómodo del pasado. Un revolucionario en serio sabe que “las reliquias huelen mal”.
De otro modo no se explica que varios millones de cubanos asistieran a ese, su inolvidable funeral itinerante, en el que gracias a las lágrimas y gratitud de banderas agitadas, lo único sepultado resultaron las aspiraciones de los burdos desafiadores de la historia.
Esos presagistas crepusculares que fracasaron en el sobrevuelo de la miseria imperial y que como en 1962 han vuelto a arrojar al Caribe su inútil montura voladora.
Contradiciendo todo lo que la pústula pregonó, la ruta hacia la piedra fundamental en Santiago, la misma ruta que transitó triunfante en Enero del 59, está enmarcada por esas elevaciones que, como en las de Ciego de Avila recuerdan al mundo el YO SOY FIDEL que su Pueblo exclama en piedras pintadas a la cal. Lo mismo en Sancti Espíritu, Las Tunas, la entrañable Holguín y todo el valeroso Oriente que lo parió para el asombro.
Hijo natural del humanismo martiano desenmascaró al imperialismo: “Desaparezca la filosofía del despojo, y habrá desaparecido la filosofía de la guerra! ¡Desaparezcan las colonias, desaparezca la explotación de los países por los monopolios, y entonces la humanidad habrá alcanzado una verdadera etapa de progreso”
El marxismo leninismo le confirió la sagacidad suficiente para entender los procesos históricos: internacionalismo y solidaridad entre los pueblos del mundo contrapuesto a la voracidad individualista y supremacista del gran capital.
No se entregó a la euforia: bajar victorioso del Turquino sólo garantizaba estar mejor y más cerca. Supo siempre que lo más importante debía construírse con suma paciencia, transformándose él antes que ningún otro para así transformar la realidad. Lo esperaba un camino mucho más escabroso en el que las adversidades se multiplicarían. Pero tampoco se entregó al catastrofismo cuando ellas aparecieron. Como una señal para los tiempos venideros sostuvo la necesidad de tácticas flexibles. Atento a una batalla de ribetes insospechados, comprendía que la historia es la historia de la lucha de clases aunque al mismo tiempo sabía que eso no lo explicaba todo. Tan lejos de la inoperancia y de la impotencia como del oportunismo y de la entrega. “Milito en el bando de los impacientes, y milito en el bando de los apurados, y de los que muchas veces tratan de hacer más de lo que pueden”. Como para que no queden dudas cuando más de uno se excusa con la correlación de fuerzas negativa y se contenta con la idea de la gestión del estado antes que con la de la lucha por el poder. Ser orgánico a la situación objetiva no debe confundirse con el posibilismo.
Veinte años antes de su muerte le dijo al mundo: “La paz, el desarme, la solución de la deuda externa y el Nuevo Orden Económico son por ello cuestiones inseparables. Si los estadistas de los países capitalistas desarrollados son incapaces de verlo así, estarán admitiendo el anacronismo, el egoísmo y toda la irracionalidad que encierra su propio sistema económico y social, así como su incapacidad total para contribuir a la solución de los problemas del mundo actual.”
Las cualidades de conductor y revolucionario que tanto valoró El Che, en aquella carta de despedida y que el mismo Fidel leyera con profunda emoción, ratificando que algo más que la casualidad mexicana y la marea caribeña operaron para juntar a dos emblemas de la dignidad nuestroamericana.
La mirada conglobante del universo al par que la presencia constante de la cotidianeidad y necesidades de su Pueblo, sin el cual tampoco hubiera sido quien fue. Si es verdad que “todo el mundo tiene su Moncada”, cierto es que el pueblo cubano primerea en la historia. Menos mal que existen, decimos con el trovador.
(Ismael escribió este artículo para Abriendo Caminos al cumplirse cuatro años de la desaparición física de Fidel Castro. Con su autorizacion, lo reproducimos eh Ayllu en virtud de la vigencia de su contenido)