En estos días, “Me persigue implacable” la idea de los otoños imperdonables. Se lo debo al recordado Roberto Díaz, en cuya poesía solía encontrar refugio. No es fácil caminar Buenos Aires en este otoño. Mucho menos a pocas horas de otro aniversario del golpe. Estoy afiliado al centro de esta ciudad, sin eufemismos ni segundas lecturas. Necesito ver el Obelisco como el marino que tranquiliza su timón entre las ráfagas de luces del faro costero que entran por los portillos de proa. Es otra Buenos Aires. A semejanza de esa clase de gente despreciablemente pulcra y políticamente correcta, que privilegia los decorados y los aspavientos para maquillar una brutal realidad que duerme en las veredas ensanchadas (probablemente para que molesten menos los ronquidos imperceptibles de quienes anuncian el porvenir que acaban de acordar los buenos y los malos),Buenos Aires es otra ciudad. Definitivamente.
Las tristezas austeras de la calle Corrientes perdieron el consuelo de las garrapiñadas. El valle de monedas para el pan se ha quedado sin sus labradores. Muchos han abandonado la esquina de Esmeralda y eligen apoltronarse sobre una momificada noche de delivery y Netflix. Es una ciudad vacía, ni siquiera hostil.
Los refutadores de leyenda dirán que fue la pandemia. Es una verdad a medias. Yo creo que el amarillo destino que le impusieron al sentido común de los porteños modernos -esa especie de pornostar sin atributos suficientes- ha rendido sus malignos frutos.
Ojo al piojo, quienes me conocen, saben cuán lejos estoy del “todo tiempo pasado fue mejor”, parafraseando a Walsh simplemente digo “sin la esperanza de ser escuchado y con la certeza de ser vituperado” que me duele esta Buenos Aires ajena.

La hago corta. Caminaba Lavalle en dirección al CCK. (Digresión: Lavalle antes era transitada a la usanza de los viejos wines izquierdos, zigzagueando toda una fauna citadina multitudinaria y tan generosa que hasta daba cobijo a los pungas convertidos hoy en un ejército de reserva). Necesitaba respirar un poco de aire puro y lo busqué en un edificio que revestido de art-decó se ha convertido en una especie de moderno bulín de la calle Ayacucho allí dónde despunta Sarmiento. La cita estaba pactada con el maestro Osvaldo Piro dirigiendo a la Juan de Dios Filiberto y con la cantata de la tana Rinaldi.
No podré (ni quiero) cronicar el concierto. Una amiga me decía anoche mismo “andá a saber cuándo vuelve a darse este encuentro”, y entonces relajé. Pero sin decir agua va la orquesta la emprendió con un potpurrí del cantor invicto y yo la vi, a la música la vi llegando a mi butaca, abrazándome como una madre. Cuando la Tana entró al escenario con las dificultades propias de sus huesos añosos dudé. Hasta que en un silencio de suburbio musitó: “estás mirando el cielo desolado” y lloré con infinita alegría, como me enseñó mi Vieja cada vez que escuchaba un tango.
Andá a saber cuándo cuándo vuelve a darse. Pero en este paisaje desolado por la indignidad en el que vivimos, haberme demorado en ese páramo del alma, me permitió Volver … a dormir sin ansiolítico.
Si es verdad que despuntar un recuerdo es regresar del olvido, yo espero que quienes sentimos a Buenos Aires como un potro galopando en el pecho, volvamos a querernos. Como ese abrazo final que se dieron ella y él, a un costado del atril ovacionados en el final de una misa porteña inolvidable.
Volviendo a los otoños imperdonables, éste dejó de serlo. Ahora a preparase para marchar, es 24 de Marzo, y hay que retomar la senda de quienes soñaban con la pinta de Carlos Gardel. Abrazo desde la zurda. Ismael.