“Aquel que lleve su fuego en el pecho, que soporte la quemadura”. Rubén Darío
Elvio Romero ( 1926- 2004) fue una de las más genuinas voces de la literatura y la poesía del Paraguay. Vivió exiliado en la Argentina desde 1947 hasta el día de su muerte. Traducido a varios idiomas, cultivó una poesía de hondo contenido social. Hijo de campesinos sintió en carne propia la pobreza y la injusticia. Y ese sentir queda plasmado en su obra. Así lo reflejan sus libros: Días roturados, Los valles imaginarios, Despiertan las fogatas y Libro de la Migración. Los dramáticos acontecimientos de la Guerra Civil Española lo impactaron notablemente al punto de que Juan Ramón Jiménez y Rafael Alberti serían referentes importantes para él. Militante comunista, el exilio, la persecución de la dictadura stronista, y la nostalgia por lo que llamó “Nuestra profunda tierra” marcaron su vida como la de tantos compatriotas. No casualmente la relación con la tierra y con la naturaleza palpitan en su poesía.
Las siguientes palabras del poeta, están extraídas de un encuentro realizado en Gregorio de Laferrere el 25 de mayo de 1996 en el pequeño salón Julio Cortázar ante la presencia de poetas y artistas plásticos del Conurbano.
“En los 50 años que pasaron desde mi primer libro, tan impresionantes fueron los cambios en el mundo, que tuvieron que quedar plasmados en mis letras. Yo creo que la poesía es un arte de circunstancias, ese momento pasajero que el poeta debe captar, ese momento que puede ser el amor por ejemplo, un sentimiento inevitable donde el ser humano, encuentra su expresión más profunda. Puede ser la reivindicación de la justicia, que es otro sentimiento, en mi opinión, inevitable del poeta, y eso está presente en toda la historia de la poesía.
Cada poeta ha expresado estos sentimientos de acuerdo a las vivencias inmediatas. En ese sentido yo digo que la poesía es un arte de circunstancias, porque así como uno no puede bañarse dos veces en el mismo río, no se puede vivir dos veces la misma circunstancia de la vida. Por eso se llega a cierto instante en que los años han transcurrido y creo que no son los recuerdos los que pesan sino las circunstancias no vividas. En general un hombre y una mujer habrían querido vivir ciertas cosas que no han vivido y el tiempo se les fue. Esto da cierto dramatismo al hecho de vivir.
Cada público, cada amigo que está frente a uno tiene determinados sentimientos que prevalecen en su vida y por eso muchas veces tiene que explicarse en poemas de tipo sentimental, aunque esta palabra pareciera ya superada. Conversando con amigos, comentaba cómo el lenguaje va cambiando y de acuerdo a esos cambios uno va haciendo la obra. Comentaba en el caso de Rubén Darío que en mi opinión es uno de los poetas más impresionantes que ha dado nuestro idioma, un hombre que tocó todas las claves de la poesía, no hay una sola poesía de Darío que se repita, ni su procedimiento, ni en el mensaje de da desde la cosa aparentemente superficial, como aquello de “la princesa está triste” y todo eso… hasta el final trágico de los nocturnos donde aparece el gran trágico que era él. Cuando Rubén Darío estaba por morir, se le acerca un grupo de jóvenes poetas -Uds. podrán imaginar la perplejidad y el asombro de estos jóvenes frente al hombre que hizo fulgurar el idioma hasta un límite increíble, y claro, que inmortalizó a su país por el hecho de haber nacido en Nicaragua- y le preguntaron a Rubén Darío: “Maestro, qué aconseja usted a los jóvenes de su patria que se dedican a las bellas artes”. Rubén Darío responde de la siguiente manera: Yo no aconsejo nada, aquel que lleve su fuego en el pecho, que soporte su quemadura”. En esa esencialidad del arte el que sigue esta ruta -decía- hasta el propio Rubén Darío está perdido. Está perdido para ciertos aspectos de la vida. Es un hombre que entra en un laberinto infernal, y con los únicos recursos de su invención y su palabra, no tiene otra, nadie puede invadir ese terreno; además está solo. Porque no es cierto que uno aprende a escribir. Mi opinión personal es que se escribe porque se siente, porque hay una misteriosa necesidad de transmitir algo, pero no se hace de cualquier manera, hay que buscar el cauce de como arrojar esta piedra encendida que es la poesía y que termina por consumir al propio creador.”
Compiló Anahí Cao.