Para analizar adecuadamente la situación post electoral en Venezuela consideramos fundamental establecer tres premisas:
1°) la historia de injerencia permanente de los Estados Unidos en la vida de los países de Nuestra América, y en este caso, de Venezuela. Injerencia que se hizo más pronunciada a partir del ascenso al poder del gobierno del Comandante Hugo Chávez.
2°) la disputa por los recursos y bienes comunes de la región, en el caso de Venezuela el petróleo, y más al sur el triángulo del litio compartido por Chile, Bolivia y Argentina. Las definiciones, hace solo dos años, de la jefa del Comando Sur, generala Laura Richardson, cuando explicó por qué América Latina es importante para Estados Unidos: “¿Por qué es importante esta región? Con todos sus ricos recursos y elementos de tierras raras, está el triángulo de litio, que hoy en día es necesario para la tecnología. El 60 % del litio del mundo se encuentra en el triángulo de litio: Argentina, Bolivia, Chile”. “… tenemos el 31 % del agua dulce del mundo en esta región”.
3°) estamos ante una batalla regional por el nuevo orden mundial.
El 28 de julio, la elección que consagró el triunfo de Nicolás Maduro sobre el opositor Edmundo González Urrutia, no fue una elección más entre dos partidos en igualdad de condiciones. De un lado, el Polo Patriótico expresa a un gobierno y un pueblo que defiende la soberanía y la independencia de Venezuela. Del otro, una oposición fascista teledirigida desde Miami y los centros de poder imperial con todos los recursos políticos, financieros y mediáticos, que necesitan doblegar al pueblo bolivariano y chavista como condición para reforzar su dominación en la región.
Quien no sepa advertir detrás de los berridos “democráticos” de Corina Machado, el verdadero interés del imperio, que es quedarse con el petróleo y los minerales venezolanos y aplastar la resistencia al saqueo, no ha llegado a comprender la raíz de la disputa.
Los medios hegemónicos se esfuerzan por vender a Corina como una nueva “Dama de Hierro”, una heroína defensora de la democracia de su país. Pero ella y el partido que encabeza apoyaron en 2002 el golpe de Estado contra Chávez y posteriormente pidió la intervención militar extranjera en Venezuela. Apoyó como “presidente encargado” al lamentable Juan Guaidó, quien así se autoproclamó en Caracas y más tarde fue ungido en Estados Unidos, por el propio presidente Trump, y también las sanciones (930) y el bloqueo de Estados Unidos y la Unión Europea contra su país. En todas las elecciones del período presidido por Chávez y luego por Maduro ha sido constante la acusación nunca comprobada de fraude y las maniobras de desestabilización.
Apenas anunciado por el Consejo Nacional Electoral el triunfo de Maduro con el 51.2 % contra el 44.2% de González Urrutia, Machado no impugnó las elecciones ni interpuso ningún recurso ante el CNE, sino que directamente, desconociendo a la autoridad electoral proclamó ganador a su candidato marioneta y llamó a sus seguidores a ganar las calles, dando luz verde a la escalada de violencia golpista posterior. El previsible guión de la extrema derecha era más que evidente para quien quisiera verlo.
Por cierto, el ataque informático contra el sistema electoral electrónico, reputado entre los más seguros del mundo, hizo caer la web del CNE y retrasó la información a la población. La algazara internacional de los medios hegemónicos oculta que la ley electoral de Venezuela concede a las autoridades electorales, un plazo de un mes para dar a conocer los resultados definitivos desglosados. Escamotear ese elemento clave resulta indispensable para poder instalar la idea del fraude, fomentar el descontento y echar leña al fuego de la violencia callejera. Por ello, a renglón seguido, se desató el siguiente paso del guión; igualito que en mayo de 2002 contra Chávez, la campaña mediática carga contra la presunta “represión y terrorismo de estado” del “dictador”.
Los sucesos de Venezuela demuestran que las fuerzas populares aprenden de la experiencia histórica. Saben que al fascismo ni cabida y no están dispuestas a dejarse conducir al final que tuvo el gobierno de Salvador Allende.
Qué democracia. Qué libertad.
“Hay que hacer chillar la economía” fue la famosa frase del entonces secretario de Estado Henry Kissinger instruyendo a la CIA para desestabilizar al gobierno de Allende. La misma receta aplican hoy con los bloqueos a Cuba y Venezuela. Se trata de estrangular la economía de los gobiernos díscolos que luchen por su independencia y soberanía, para que los pueblos se levanten contra ellos.
Se calcula en más de seis millones la cantidad de venezolanos que han emigrado de su país, sobre todo para escapar a la crisis económica. No sería sensato negar fallas y errores del gobierno bolivariano. Desde fuera parece sencillo levantar el índice acusador. Pero en esas condiciones de asfixia que parecen naturalizarse, se exigen a esos gobiernos que se comporten conforme a los estándares de lo que los países centrales consideran democrático y respetuoso de la libertad. Las agresiones económicas y políticas constantes, en las cuales el imperio invierte sumas millonarias e ingentes recursos, quedan en la sombra y no se registran como lo que son: agresiones y guerra económica.
Democracia es un significante vacío y todo depende del contenido que le demos. Desde el punto de vista de los intereses del pueblo, democracia es la participación soberana en las decisiones de gobierno, y en la distribución de la riqueza producida por toda la sociedad. Lo contrario es lo que sucede con la democracia cuando el que ordena es el mercado. En tal caso, la democracia es un procedimiento vacío de pueblo, donde mandan los intereses de los monopolios sobre las necesidades y derechos de los pueblos a una vida digna y próspera. Por eso la batalla cultural, ideológica y política es para que los pueblos tomen en sus manos el destino.