No hay más negros desdentados con un gorrito desteñido y de flecos a nuestro lado. Ahora hay demasiadas rubias en actitud de pasarela de moda. Familias bien que dejan el estadio antes de terminar el partido. Para ellos es el Disneyworld del subdesarrollo.
Ayer veía a esos diez mil hinchas por La Boca y pensaba en la grave crisis que atraviesa el país. Estoy convencido que mucha gente votó en la Nación un proyecto completamente acorde con el pensamiento macrista. Entiendo que fui derrotado hace varios años cuando me echaron de la cancha (porque sino me mataban) ya que mientras se gritaba por los diferentes éxitos deportivos yo advertía que Macri iba a destruIr el club y después el país. Porque ser presidente de Boca es más importante que ser vicepresidente de la Nación. Pero esta crisis de Boca que lleva años sin resolverse y que ahora se potenció por la reaparición del mafioso de la Ndraghetta, expresa en gran medida al propio estado de situación de la Argentina. He visto a gente de mi familia fotografiarse con el capo de la barra brava tan sólo porque ese delincuente y sus secuaces apoyan al mismo que ellos apoyan. Sin ningún límite la cosa es a fondo. Es que desde hace muchos años la batalla cultural la venimos perdiendo. Ser hincha da más identidad que construirse colectivamente como un ser politizado e interesado en el destino del país.
Cuando Rácing salió campeón del mundo todos celebramos como si hubiera sido la selección. Hoy se potenciaron las enemistades de barrio a barrio y desde un tiempo a esta parte ni siquiera los visitantes pueden cruzar la frontera. Se vive en tiempos de desigualdades aisladas, solitarias, con impedimento de articularlas conjuntamente. Es la diferencia sustancial con los setenta, en los que ir a la cancha era simplemente un entretenimiento de la clase trabajadora que por eso se hacía solamente los domingos (había un solo partido televisado los viernes a la noche). Indudablemente que el negocio hizo trizas el amor por los colores, que una idolatría individual puede más que la incondicionalidad con la camiseta, etc etc. El negocio todo lo puede. Las siderales cifras que se manejan por la venta de jugadores, las comisiones que dejan los representantes, las enormes pautas publicitarias han convertido al fútbol en uno de los negocios más importantes del mundo.
Lo lúdico ya fue devorado por el negocio. El individualismo acérrimo instalado socialmente se expresa también en el consumismo desaforado (ahora hay tiendas, mil modelos de camisetas que cambian dos veces por año por citar dos ejemplos). Pero sobre todo en el desplazamiento de la clase trabajadora de las canchas. Ya no es “el pueblo de carnaval” sino sectores medios que no tienen problemas en pagar una cuota social o viajar a Brasil para llenar una playa aunque no puedan entrar a la cancha. No hay más negros desdentados con un gorrito desteñido y de flecos a nuestro lado. Ahora hay demasiadas rubias en actitud de pasarela de moda. Familias bien que dejan el estadio antes de terminar el partido. Para ellos es el Disneyworld del subdesarrollo. Y la peor consecuencia es que funciona como espejo: adquirir la identidad de una clase a la que no se pertenece da más chapa. Aspiracional puramente. Cómo con las bandas de rock, ser hincha de un equipo te coloca socialmente. Ya no es el hecho deportivo. La “fiesta” en la tribuna pasó a ser la convocatoria de masas más significativa.
Lo de ayer está lejos de ser una contradicción. Salir para defender “al club” de la voracidad mafiosa es otro ejemplo del mal menor al que venimos siendo sometidos como sociedad desde hace años. Riquelme no es líder, ni siquiera un gran dirigente de fútbol, por el contrario ha dado muestras de ineptitud groseras (futbolísticamente Boca es un fantasma después de Madrid y no ha podido superarlo). Pero es quien aglutina en contra del ser más ruin que haya dado la Argentina en lo que llevamos de democracia. No se trata de “salvar al club para los socios”. Si así fuera , la mayoría de los que estaban ayer no hubieran votado como lo hicieron el 19 de Noviembre. Lo que está en disputa es la pertenencia a la banda que los identifica y que un macrista jamás podrá expresar genuinamente. La ruptura social es de magnitudes insospechadas y no se avista en el corto plazo una respuesta política contundente. ¿Ganará Riquelme? Ojalá…Pero eso es secundario y menor. La movilización tiene que estar dirigida hacia la Plaza de Mayo . Por el pan y por el trabajo que están amenazados por la misma lacra que pone en riesgo “ser bostero”.