DE LA CULTURA CLÁSICA AL CLASICISMO REVOLUCIONARIO

marti

Escribe Rolando Bellido Aguilera

A Jorge Lozano Ross, por su amor indoblegable a

las glorias pasadas y su entrega a la obra de la Revolución.

Lo “clásico”, como concepto, está centrado en lo que se considera paradigmático o admirable, tanto desde el punto de vista instructivo como educativo: ejemplo de altura literaria o científica; ejemplo de virtud; ejemplo de profundidad filosófica; ejemplo de palabra y hechos revolucionarios… Los griegos de la época helenística se centraban en la instrucción y la educación de aquel conjunto de conocimientos, valores y normas que consideraban clásicas y se esmeraban en su transmisión. Ese conjunto de grandes personalidades y obras tenía sus máximos exponentes en el pasado. Es por esto que, algunos críticos excesivos, llegaron a afirmar que la cultura clásica griega estaba con el rostro vuelto al pasado. Es por esto, también, que algunos “deslumbrados” han llegado a afirmar que la Revolución Cubana se ha quedado en el ayer.

Marrou se refiere al concepto de lo clásico con las siguientes palabras: Una cultura clásica se define por un conjunto de grandes obras maestras, fundamento reconocido de la escala de valores.[1] José Martí afirma: De amar las glorias pasadas, se sacan fuerzas para adquirir las glorias nuevas.

Nosotros, en la isla, podemos hablar de una “cultura clásica revolucionaria”, entendiéndola como una especie de legitimación de aquellos héroes y mártires que con sus palabras y sus hechos iniciaron la “revolución” y lograron su victoria. El paradigma “clásico” supremo, en este punto, fue Ernesto Che Guevara, cuya vida y acciones fueron colocadas por Fidel como ejemplo a seguir por las nuevas generaciones. Todas y todos los que eran muy jóvenes en 1959 o nacieron en la década inmediatamente posterior, se inspiraron en el modelo guevariano y, en su gran mayoría, lucharon cotidianamente por imitarlo, por parecérsele en la mayor medida.

No obstante, esta “imitación” voluntariosa del modelo clásico revolucionario, no estaba con el rostro vuelto al pasado, sino que se asumía como la mejor manera de avanzar al futuro, de acercarnos al horizonte de la plena justicia humana. Se tomaba del pasado el ejemplo más alto, como dador de energía, para superar los obstáculos que en el presente se interponían en la marcha hacia la construcción de un futuro mejor. Visto de esta manera fue y es algo hermoso y, también, valioso.

Rolando Bellido Aguilera

Está claro que el paradigma indicado para todas y todos resultaba sumamente alto, demasiado exigente. Hasta Silvio Rodríguez, un ejemplo de artista y ser humano coherente, en alguna entrevista con Guille Vilar, expresó la enorme dificultad o más bien imposibilidad de que las personas “ordinarias”, incluyéndose él mismo, pudiéramos alcanzar la grandeza del Che. Silvio ha sido un ser humano, un creador y un patriota paradigmático en cuanto al modelo clásico de revolucionario y sigue alimentándose con aquella escala de valores, para fiesta del decoro.

Desde hace algunas décadas, han venido algunos gerentes y burócratas, algunos decepcionados y emigrados a dar, con palabras y hechos, el mal ejemplo; a señalar los caminos del olvido y la apostasía, a hacer todo lo posible por echar a tierra el clasicismo revolucionario; a indiciarnos como “utópicos” y trasnochados a los que seguimos reivindicando las zancadas de Fidel y los estoicismos del Guerrillero Heroico.

Quieren imponernos el “modelo” aristocrático, el consumismo y la banalidad neoliberales, el “carpe diem” domesticado por las apariencias y la ausencia de sentido álmico en sus vidas. Tienen como brújula económica, política y ética, la de acumular cosas materiales, les rinden culto a los fetiches. Con el sórdido poder o algunos dólares en los bolsillos, a sí mismo se enajenan. Olvidan, o simplemente no llegaron a conocer, que hay una cultura clásica revolucionaria, con su inagotable escala de valores, que los utópicos vamos a seguir defendiendo, sin estoicismos pasados de moda, sino actuales y futuristas, porque no hay gozos mayores que los del alma, porque solo hay dicha verdadera en la amistad, en la cultura y en la contribución al mejoramiento humano.

La cultura clásica revolucionaria, esa escala de valores martianos y fidelistas, ese conjunto pasado y futurista de obras maestras de la dignidad nos alimenta desde Céspedes y Agramonte. Es muy propio de poetas y maestros, de seres humanos decorosos, asumirla y propagarla en estos tiempos en que algunos proponen pasearse en “lambos” por las ciudades y campos de la isla.

Rolando Bellido Aguilera, Académico y escritor. Coordinador de la Cátedra José Martí de la Universidad José Martí de Latinoamérica dentro del Proyecto de Solidaridad Internacional con Cuba de la Unesco


[1] Henri-Irenee Marrou, Historia de la educación en la antigüedad, Akal, Argentina, 1971 (traducción de Yago Barja de Quiroga), p. 215.

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