El avión rompió la quietud del Aeroparque a las 2 de la mañana. Despegò sobre el rìo ofreciendo una foto inclinada de la noche porteña, siempre llamativa, imponente. Ahì abajo pasan cosas importantes. Pasa el futuro, nada menos. Todo se ve luminoso. Brillante.
Como una metàfora de la vida, a medida que el avión devora distancias todo se relativiza y se transforma. Gramsci diría que se habilita el pesimismo de la razón.
Con las luces como un vano recuerdo, vertiginosa y voraz, la máquina voladora ingresa en la oscuridad màs cerrada. Lòbrega. Y entonces los pensamientos se desatan, pero a tientas. La cabeza imagina y se detiene en la Noche y en la Niebla, esa dupla siniestra que para ahondar las crueldades cometidas en su nombre, suele abreviarse como NN.
Es Diciembre, horas antes, estuve en la Plaza de Mayo acompañando a las Madres de todas las batallas. Ronda de un Jueves muy especial. Prolegómenos de la incertidumbre para algunos desprevenidos, certeza de tiempos violentos para otros. Nosotros.
Què hago yo en este avión de Aerolìneas (que despegò puntual, que es cómodo, que une destinos priorizando el beneficio social antes que el lucro, al que los hijos de puta cantan en primera voz “privatizar, privatizar” y los estúpidos corean “el estado no debe ocuparse de aquello que pueden hacer los privados”)… què hago yo en este avión, vuelvo a preguntarme.
Una mirada veloz al celular me recuerda que voy rumbo a Rìo Grande. Que conmigo viajan unas doscientas personas que aprovechando el fin de semana largo van a visitar a sus familias, o regresan a sus casas. Como si nada estuviera pasando màs allá de ese espacio breve en el que se extienden las piernas vencidas por el sueño. Una señora correntina bosteza. Un rockero metálico se prepara como para subirse a la moto. Un señor de gorra jubilada. Un grupo de pibes con los ojos clavados en el celular. Una mujer con su tapadito marrón como la Marìa de Càtulo. Todos juntos hacia la provincia de Tierra del Fuego y a su ciudad más industrial y proletaria, allí en dónde las elecciones sorprendieron (?) a más de uno.
Pero vuelvo a preguntarme, ahora “a qué voy yo a Rìo Grande”. Esta misma tarde al lado de las viejas queridas, me preguntaba mil cosas que tenían que ver con ese estar y no estar allí, con esa comprobación que somos poquitos, que nos pasaron los años y que, más allá de los que faltan por esas precipitaciones de la muerte – por caso Cachito- nos fuimos deshojando. No digo secando, deshojando. No es menor la diferencia por cierto.
Ellas están (siempre van a estar), y van a decir las cosas más elementales y más necesarias a la vez. Gramsci (cuando no) les ha reservado el optimismo de la voluntad. Tienen razones suficientes para prevalecer sobre muchas inteligencias adustas e inconducentes. Como una prueba de ello, el cierre de Norita pidiendo la apertura de los archivos de la Dictadura. A cuarenta años de la llamada democracia ningún gobierno surgido de la voluntad popular, tuvo la valentía de hacerlo. Discursos y poses a montones, pero los archivos, sometidos al “silencio stampa” de la progresía.
Una compañera de HIJOS se me acerca y me dice…”Ah, estas Viejas y sus palabras, cuánto ayudan”.
Pero un compañero no me deja ni respirar y cuando le cuento que viajo para unas actividades de difusión y promoción de DDHH en el sitio más austral del mundo, me dice: “Sabés que no se si es por ahí la cosa. Le hablamos a los nichos. A los convencidos. Me parece que hay que pensar y repensar si seguimos con esa o arrancamos para otro lado”.
Intento convencerme que es un Diciembre muy especial y me miento pensando que le pongo èpica yendo “al fin del mundo” a reivindicar en estos tiempos la necesaria vigencia de los DDHH. Me invitaron los compañeros y compañeras de la Multisectorial de DDHH de la Provincia. En una ciudad militarizada (Ejército y base aeronaval), harán debates, un acto y una movilización mientras tres mil km más arriba, la ciudad de las luces brillantes consagrará como presidente a un hijo del sistema.
Claro que sin los votos de la gente de Río Grande ni de tantos lugares de similares características, Buenos Aires no tendría el domingo de miércoles que le espera. Y ahí está la cuestión central me parece.
Para dimensionar la magnitud del desconcierto, en Río Grande alcanza hoy con ver los reclamos de los trabajadores metalúrgicos de MIRGOR (la empresa de los Caputo). Al día siguiente de las elecciones, la empresa vinculada a la mafia macrista, anunció que en Diciembre dejaba en la calle a los contratados de tres de sus fábricas y a un grupo de trabajadores afectados a la modalidad prestación permanente discontinua.
Ya todos sabemos qué es lo que hacen ellos, no debemos sorprendernos.
Entonces la “micromilitancia” hizo lo que pudo y los tercos y obsecuentes siguieron levantando figuras que condenaron al pueblo a una inflación demoledora y a una pobreza nunca registrada. Sus tres referentes máximos no acusan la más mínima autocrítica ni dan una sola explicación. La historia los desechará seguramente, pero el problema es que la historia ni llena la heladera ni asegura el asado dominguero en las casas de los pobres. No son desagradecidos, ni marmotas, fueron emboscados y cuando pudieron se escaparon.
Es impactante divisar a la Isla desde el avión que entra perpendicular a la costa. Emociona ver al mismísimo Río Grande adentrarse y perderse en las recortadas cumbres nevadas que alcanzan a divisarse muy a lo lejos. Supongo que los apenas 700 km de distancia con las Malvinas aportan lo suyo para completar esa emoción.
He adquirido la certeza que avaluar al capitalismo con los paradigmas de siempre ya no alcanza. Que no es un sistema sino una cultura totalizante. La discusión entonces, es con los que se sientan a esperar que se coma a sí mismo como la serpiente Uróboro, o que se caiga por sus propias contradicciones en cuyo caso los que estamos abajo recibiremos todos los escombros en la cabeza.
De lo que se trata, es de empujarlo, de quitárnoslo de encima, y para eso hay una sola posibilidad: la lucha.
Pero: Qué lucha?
Y tal vez en esta formulación se encuentre la razón de ser de esta convocatoria a cuarenta años de “democracia” por la que vale la pena haber viajado a Río Grande.
Naturalmente que sin organización, esa lucha puede convertirse en una expresión más del modo actual con el que se expresan las desigualdades resistentes.
Solos no se puede. Aislados, menos. Necesitamos más reivindicaciones organizadas que indignaciones compartidas finitamente. Lo único que tenemos que cancelar es esta costumbre moralmente “tranquilizadora” de ser militantes de “nuestra propia desigualdad”.
Se requiere derivar en un programa común en el que el gran desafío es el de la UNIDAD DE LOS QUE LUCHAN. Converger en lugar de dividir, acercarse en lugar de reaccionar como el erizo de tierra que se encierra en sus propias lógicas y convicciones.
Quizá en el ejemplo de las Madres, se halle probablemente el espejo en el que debemos mirarnos. En esa lucha que nos proyectó al mundo como un país ejemplar en materia de resistencia y denuncia frente a las violaciones constantes de los DDHH. Acaso sea esta la mayor virtud argentina durante todos estos años.
Vivimos bajo un régimen de múltiples desigualdades que debemos unificar. Pero por sobre todas las cosas debemos estar dispuestos al mayor renunciamiento: debemos renunciar a la fragmentación y a las disputas y fracturas inagotables.
También en materia de lucha y vigencia de los DDHH, se impone más que nunca dejar de tener razón y disponerse a transformar la realidad.
El avión aterriza. Cinco treinta de la madrugada y es pleno dìa en esta época. Seis grados apenas. Me está esperando para trasladarme un pibe de esos que no aflojan. También reconforta que después de volar te reciba en tierra la otra versión de la generación “libertaria”.
Y ahora sí, me respondí. Parafraseando al maestro Santoro: “Les quiero decir, tengo los pies en la tierra y la cara en el viento, mirando hacia abajo, porque de ahí me sostienen y me tironean; me quitan el nombre si me rompo y vuelvo a ser un papel sin sentido.»1,
Ismael Jalil, Río Grande, Tierra del Fuego, Diciembre 9 del 2023.-