Hace algunos días en Moreno, un policía mató de cuatro disparos por la espalda a un joven que le había robado la moto. En el video se puede observar que el policía dispara cuando el delincuente no presentaba peligro alguno, pues tenía sus manos sobre el manubrio de la moto.
Soy consciente que la mayoría en los barrios acuerda con la actitud del policía. Pero estas cosas requieren de un firme posicionamiento respecto a la capacidad del estado para resolver así el conflicto social (porque quién diga que esto no es un emergente agravado por la crisis ignora la realidad).
La crisis es mucho más profunda porque no se trata solo del robo en sí, sino del abismo de la descomposición social a la que arrojan a gran cantidad de pibes. Esa descomposición oficia como un efecto dominó porque la policía reacciona con esa misma lógica, el poder judicial lo legitima, los medios lo justifican y la situación deriva en un sálvese quien pueda.
¿Y quién puede? Pues los que tienen las armas o disponen de quienes las usan bajo el amparo del estado. Y esto es lo difícil de explicar a mucha gente sobre el proceso de colombianización y mexicanización que estamos sufriendo, como vemos en Rosario, cercada por el narcotráfico. La calle, lo público, termina siendo un campo de disputa desigual en dónde siempre pierden los mismos, aunque a veces parezca que han ganado porque lograron quitarte el celular, la bicicleta o el autito. Más temprano que tarde, quien tiene el poder, la sofisticación de sus pertrechos, el entrenamiento y la licencia estatal se comen a los berretas que juegan su vida pretendiendo aterrorizarte con dos cañitos de luz atados con cinta aisladora. Eso es muy difícil de explicarle a los pibes, que por ahí no es la cosa, pero mucho más difícil es cuando del otro lado se sale a decir que está bien lo que les hacen y es el único destino que les espera.
Estamos en problemas cuando una sociedad empieza a subvalorar la vida humana, sea que se trate de la de un policía, la de un ladrón, la de la víctima de un robo etc. Pero el problema se agrava con el tratamiento sensacionalista que le dan los medios y peor aún, cuando el asesinato se plantea como la “solución” y es utilizado interesadamente con fines electorales apelando a las pasiones más primarias del ser humano. En caliente, la compulsa televisiva del tipo: ¿Qué opina: el policía actuó correctamente? tiene una respuesta cantada que explota el comprensible cansancio de la población, del trabajador o la trabajadora al cual en cualquier esquina se le arrebata ese dinero con que contaba para comprar la comida o pagar la factura de la luz, o al pequeño comerciante que ve también como se le quita el fruto de su esfuerzo del día. Ese cansancio -que alimenta el desgaste y el derrumbe subjetivo y emocional de las masas- favorece la pérdida de identidad y de la perspectiva de clase. Sirve a la idea del individualismo meritocrático que pasa a ser el síntoma más evidente de una batalla que estamos perdiendo.
Si uno suma y convierte en dinero todos los robos diarios, violentos o no, que ocurren en las barriadas comprobará que resultan nada frente a un movimiento de tecla “enter” que un financista ejecuta desde la City porteña y que envía a la miseria a miles de argentinos diariamente. Pero ese hecho se difumina, como todo crimen del Poder detrás de la idea que “el celular es mío y todavía lo estoy pagando” .
Afrontar la cuestión de la inseguridad en los barrios requiere, en primer lugar, la asunción de la realidad que atraviesa a nuestra gente en los barrios y al mismo tiempo el diseño de políticas públicas (menos en los despachos y más en el territorio) que tiendan a organizar a la clase trabajadora, no para el linchamiento, sino para su defensa concreta. Eso requiere de una respuesta inmediata del Estado que no es la de policializar la cotidianidad ( ha quedado demostrado que cuánto más policía en las calles más violencia y delito en el barrio). La agenda de CORREPI y proyectos de La Garganta Poderosa, por tomar sólo dos ejemplos de lo que se puede hacer desde las entrañas del Pueblo, ayudan a abordar el tema sin prejuicios ni debilidades dogmáticas. La inseguridad es un problema para nuestro pueblo pobre, dejar la respuesta en manos de quienes la fomentan (porque se benefician con ella) potencia la derrota.
El problema de “la seguridad”, entonces, requiere un abordaje integral que comprenda sus múltiples determinaciones, que debe contemplar no solo el delito callejero, sino también el gatillo fácil policial, la connivencia policial que libera zonas etc. Pero, sin agotar el tema que es muy vasto, el problema no puede resolverse aisladamente del contexto socioeconómico y de las condiciones de vida de nuestro pueblo. Ismael Jalil
Ver abajo charla con Ismael Jalil reproducida por Página 12
https://www.pagina12.com.ar/552161-no-mataras-y-menos-por-la-espalda?ampOptimize=1