Cuando la historiografía mitrista confina a Manuel Belgrano al papel de “creador de la Bandera” en la lámina escolar del Billiken, lo que hace es abrochar una operación de escamoteo al pueblo argentino del legado político e intelectual de uno de los más brillantes revolucionarios de Mayo. Por eso, al acertado decir de Arnaldo Chavidoni, tenemos la enorme tarea de “desmitrificar” nuestra historia. Intentaremos sacar a Belgrano de la imagen congelada en el manual escolar para presentar al lector su pensamiento vivo.
¿Por qué nos centramos en las opiniones económicas de Belgrano siendo que su pensamiento abarcó otras temáticas de enorme importancia como la militar, la educación, el rol de la mujer, la política poblacional, su posicionamiento hacia los pueblos originarios etc.? No solo se trata de razones de espacio, sino que hemos seleccionado la cuestión económica en razón de su indiscutible actualidad. A diario escuchamos la prédica neoliberal que preconiza la apertura comercial al mercado extranjero y califica de “populismo industrial” la protección a la producción local y las políticas de sustitución de importaciones. En su lugar alienta la especulación financiera y el extractivismo depredador.
Si bien Belgrano abreva en la corriente de los fisiócratas, que depositaban una confianza al parecer ilimitada en el desarrollo de la agricultura, su propia experiencia lo llevó a plantearse la necesidad del desarrollo industrial. En la Memoria del Consulado 1802 expresaba: “Todas las naciones cultas se esmeran en que sus materias primas no salgan de sus estados a manufacturarse, y todo su empeño en conseguir, no solo darles nueva forma, sino aún atraer las del extranjero para ejecutar lo mismo. Y después venderlas”. En la misma línea de pensamiento advertía: “la importación de mercancías que impiden el consumo de las del país, o que perjudican al progreso de sus manufacturas, lleva tras de sí necesariamente la ruina de una nación”. Y nos alertaba sobre “los grandes monopolios que se ejecutan en esta capital , por aquellos hombres que, desprendidos de todo amor hacia sus semejantes, solo aspiran a su interés particular, o nada les importa el que la clase más útil al Estado, como dicen los economistas, la clase productiva de la sociedad, viva en la miseria y desnudez que es consiguiente a estos procedimientos tan repugnantes a la naturaleza, y que la misma religión y las leyes detestan”.
“Se han elevado entre los hombres dos clases muy distintas; la una dispone de los frutos de la tierra, la otra es llamada solamente a ayudar por su trabajo la reproducción anual de estos frutos y riquezas o a desplegar su industria para ofrecer a los propietarios comodidades y objetos de lujo en cambio de lo que les sobra. (…) Existe una lucha continua entre diversos contratantes: pero como ellos no son de una fuerza igual, los unos se someten invariablemente a las leyes impuestas por los otros. Los socorros que la clase de propietarios saca del trabajo de los hombres sin propiedad, le parecen tan necesarios como el suelo mismo que poseen; pero favorecida por la concurrencia, y por la urgencia de sus necesidades, viene a hacerse el árbitro del precio de sus salarios, y mientras que esta recompensa es proporcionada a las necesidades diarias de una vida frugal, ninguna insurrección combinada viene a turbar el ejercicio de una semejante autoridad. El imperio de la propiedad es el que reduce a la mayor parte de los hombres a lo más estrechamente necesario”.
La Revolución no negaba la necesidad de importar productos. Pero para Belgrano como para Mariano Moreno, del extranjero había que traer máquinas y semillas, no pianos Stoddard y jarrones chinos. Igualmente, sobre la moneda:
“La moneda por sí misma no es riqueza, pero es una prenda intermedia y una verdadera letra de cambio al portador que debe pagarse en cambio de frutos de la Agricultura o de las obras de la industria. Si estos frutos o estas obras faltan o no alcanzan, habrá pobreza con mucho dinero; si son abundantes, habrá riqueza con poco dinero: así pues, una nación es pobre con una cantidad inmensa de metales, entre tanto que otra florece sin otros recursos de prosperidad que su agricultura; y no obstante no hace mucho tiempo se creía que las minas enriquecían los estados que las poseían”.
Sobre la distribución de la tierra: “Es de necesidad poner los medios para que puedan entrar al orden de sociedad los que ahora casi se avergüenzan de presentarse a sus conciudadanos por su desnudez y miseria, y esto lo hemos de conseguir si se le dan propiedades que se podría obligar a la venta de los terrenos, que no se cultivan, al menos en una mitad, si en un tiempo dado no se hacían las plantaciones por los propietarios; y mucho más se les debería obligar a los que tienen sus tierras enteramente desocupadas, y están colindaras con nuestras poblaciones de campaña, cuyos habitadores están rodeados de grandes propietarios y no tienen ni en común ni en particular ninguna de las gracias que les concede la ley: motivo porque no adelantan”.
Se podrá argumentar que el mundo de hoy es muchísimo más complejo que el de aquella época. Esto es indiscutible. Sin embargo, hay lineamientos y principios generales que mantienen su vigencia. Por un lado el pensamiento económico que apuesta al desarrollo independiente del país frente a otro que mira hacia las metrópolis y que levanta como credo la defensa de la propiedad privada ( propiedad privada negada para la inmensa mayoría), el libre comercio y las inversiones extranjeras. Ese pensamiento adverso al interés nacional se ilustra de modo elocuente en este texto de Eduardo Galeano: En la cresta de las barrancas del Plata, sobre la costa barrosa del río, se alza el puerto que usurpa la riqueza de todo el país. En el Coliseo de Buenos Aires, el cónsul británico ocupa el palco del virrey de España. Los patricios criollos usan palabras de Francia y guantes de Inglaterra; y así se deslizan por la vida independiente. Desde el Támesis fluye el torrente de mercancías fabricadas, sobre moldes argentinos, en Yorkshire o Lancashire. En Birmingham imitan al detalle la tradicional caldera de cobre, para calentar el agua del mate, y se producen estribos de palo, boleadoras y lazos al uso del país. Mal pueden resistir la embestida los talleres y telares de las provincias. Un solo buque trae veinte mil pares de botas a precio de ganga y un poncho de Liverpool cuesta cinco veces menos que uno de Catamarca. Los billetes argentinos se imprimen en Londres y el Banco Nacional, con mayoría de accionistas británicos, monopoliza la emisión. A través de este banco opera la River Plate Mining Association, que paga a Bernardino Rivadavia un sueldo anual de mil doscientas libras. Desde un sillón que será sagrado, Rivadavia multiplica la deuda pública y las bibliotecas públicas. El ilustrado jurista de Buenos Aires, que anda en carroza de cuatro caballos, dice ser presidente de un país que él ignora y desprecia. Más allá de las murallas de Buenos Aires, ese país lo odia. (Memoria del fuego. Las caras y las máscaras- SigloXXI, pag.162 y163). ¿Este texto del uruguayo no nos trae un tufillo a ideas, que ante la despolitización general de la sociedad, parecen prosperar como muy novedosas de boca de algunos personajes mediáticos?¿Y no nos resulta familiar que precisamente esos personajes con aspiraciones electorales nos exhorten a mirar “hacia adelante”y a despreciar nuestra propia historia que es donde puede resumirse la experiencia de un pueblo, sus errores y aciertos, sus debilidades y potencialidades?
Del mismo modo que la investigación histórica desmitifica la imagen interesada del abogadito metido a general con perjuicio para la ciencia militar (el éxodo jujeño y los triunfos de Salta y Tucumán han demostrado la sapiencia estratégica de Belgrano que fundó su accionar en la doctrina del pueblo en armas) conviene revisitar su pensamiento económico y político en tanto para él la batalla por la emancipación americana se libraba en todos los planos. Y en eso estamos todavía quienes aspiramos a una patria liberada.
Fuentes consultadas
El Belgrano que nos ocultaron- Arnaldo Chavidoni- Acercándonos ediciones
Memoria del fuego-Las caras y las máscaras- Siglo XXI