Héctor Walter Cazenave
Este texto fue publicado por la revista Baigorrita fundada en 2001 por el poeta Omar Cao. Su autor, Héctor Walter Cazenave (General Pico 1942), maestro normal nacional, profesor en historia y geografía, licenciado en Geografía egresado de la Universidad de La Pampa, tiene una importante producción histórica y literaria. Algunos títulos: Victorica en su 90 aniversario, Album del Centenario, Once aguas, El miedo del teucro y el valor del ranquel, Crónicas ranquelinas, Tierras de la memoria, Espejo. Reside en La Pampa. La revista que lleva el nombre del cacique, fue presentada en San Justo en oportunidad de la presentación del libro de la poeta María Sueldo Muller: El dedo cruel.
La intención de toda su obra en los últimos años es dar testimonio del Pueblo oprimido de estas tierras del sur. Ya que el sello de la editorial en un principio se llamó Cruz del Sur.
Recuperar el pasado es no solo tener un pasado, hacerlo, crearlo, puesto que nada está dado de por sí y los poetas así como los antiguos barcos, somos los responsables de organizar esa memoria profunda de valientes y nobles que han defendido y amado estas tierras tan codiciadas por los imperialismos.
Tener un pasado es recuperar el futuro, es decir, vivir intensamente el tiempo que nos toca. Ese es el sentido de la revista y ese el sentido de la recuperación de la historia de Baigorrita Lan. Uno que entendió de qué lado estaba y lo demostró con su vida. La historia es parte de la literatura y la literatura es una expresión, apenas un intento ético de comprender la vida y la muerte.
Anahí Cao
Baigorrita Lan
Héctor Walter Cazenave- Ilustración de Eleodoro Mareco.
“La historia de Roca ha clavado una banderola en el corazón de la Pampa: Racedo está en Poitahue. Las patrullas cruzan toda la extensión en busca de indios rezagados, de caciques que escapan a uña de caballo, queriendo conservar siquiera su libertad, cuando ya han perdido la guerra, tierra y familia.
“Cerca de Poitahue, en Pitral Lauquen, donde se halla el campamento militar y donde fue la antigua toldería, Racedo se desvive por aprehender al antiguo habitante de esas tierras: el hijo del cacique Pichún , el ahijado del cacique Manuel Baigorria, en fin, al famoso Baigorrita.
Hay ansiedad por tomarlo vivo. Solo él y Yacamil mantienen al orgullo Ranquel. Los demás, víctimas del frío, del hambre, de la desazón, se entregan mansamente a su destino. Baigorrita cabalga, huye hacia el sur, hacia el corazón del invierno. Arrastra seguramente, la amargura de esos momentos, reniega de toda la nobleza y bondad que le atribuye Mansilla cuando lo visitó. Precisamente el recuerdo de aquel coronel le debe afiebrar la cabeza. ¡Su compadre! ¿Para qué su amistad, sus promesas y sus tratados de paz? ¡Mejor habría sido dejar que Cayomuta lo acuchillara aquella vez que lo defendió..!
Pero ahora todo eso es pasado. El presente no tiene otra cara que el cabalgar incesantemente, carneando sobre la marcha casi, tapando la ceniza del pobre fuego para no dejar rastro, siempre con el cerro Auca Mahuida agrandándose allí, adelante. Sin familia, sin pilchas, cargando apenas lo que queda de su fama, flanqueado de sus fieles lanceros. Sí, Baigorrita, reniega de cuanto le ata a los huincas, su misma sangre, porque su madre es una cristiana del Morro, su padrino, que le dio el apodo, pero a la larga la abandonó a los indios, su compadre de lengua de trapo; ¡Trehuas todos!
Y aunque el poncho con que se cubre busque el rumbo opuesto, Baigorrita sigue cabalgando hacia el sur.
Frío, muy frío aquel 16 de junio, Baigorrita y los suyos pasan el río Neuquén cerca de la confluencia con el Agrio y saben que la salvación está cerca: cien leguas de galope al País de las Manzanas. Después del cruce, ateridos y hambrientos, hacen fuego en la orilla. Pero en la costa de enfrente, los sorpresivos Rémington de la partida que manda el sargento Ávila, disparan sus fusiles. Son certeros y desbandan. Hieren. Baigorrita cae. Es Jefe hasta lo último. Ordena la retirada de su gente y se yergue como puede, apoyado en la lanza, sujetando el caballo. Hace flamear hacia atrás la bandera argentina que le sirve de poncho y espera a los soldados cuchillo en mano.
Un golpe basta para dar por tierra con el herido, lo vendan como pueden y lo montan a un caballo. Baigorrita ya no es más que una sombra de su ayer, para peor, cautiva y herida. Hay un silencio en la tropa, impuesto por la presencia misma de ese indio desmayado y sangrante que llevan al fortín. ¡El famoso Baigorrita!¡Quién lo hubiera dicho! Avila no se apura. Llegar con el indio vivo quiere decir habilidad, galones y un premio en tierras. No. Ávila no quiere estropear más a su prisionero. No se apura.
Baigorrita sí. Cuando reacciona, se ve frente a su futuro. Intuye un mañana de burlas y humillaciones, de encierros y de alambrados, de peonajes en las estancias de los vencedores. Baigorrita no. Él ha sido dueño del viento, de a ratos, es tan de la tierra como la tierra es suya. El conoce entonces la libertad.
Loco de furia y de dolor se arroja del caballo. Hay sorpresa, el grito es tan profundo como sincero:
¡Baigorrita no cautivo, Baigorrita no llevando… !
Y entre espumarajos se arranca las vendas y se desangra en rabia. Ya no hay forma de llevarlo. Los gritos se hacen más débiles y mueren en un gorgoteo cuando lo degüellan. La cabeza entrecana de Baigorrita y el charco de sangre…
¡Baigorrita lan! ¡Baigorrita lan! ¡Baigorrita lan…!
El último soldado vadea el Neuquén.Ávila mentalmente, va elaborando el informe. Finalmente (él no lo sabe) encuadre la muerte, esa muerte que no hubiera desdeñado Homero, oscuramente repetida tal vez en otro lugar y tiempo, dentro del lacónico, escueto parte militar.
Héctor W. Cazenave