ACERCA DEL MOTOR DE LOS TRABAJADORES

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Una respuesta al artículo de Mario Mazzitelli

La humanidad atraviesa uno de los momentos más dramáticos de su historia. Nunca el mundo fue más injusto, más desigual y más cruel. Sin riesgo a equivocarnos, podemos afirmar aquí que los sucesos de Gaza transmitidos al mundo en tiempo real, sintetizan la descomposición del sistema de explotación y opresión que configuran el imperialismo y el capitalismo. Pero la guerra entre Rusia y la OTAN estaría demostrando además, que hemos llegado a un punto máximo de peligro para todo el planeta.

En un mundo en transición, definición apropiada del momento histórico, como nunca y más que nunca, los poderosos asumen la lucha de clases y atacan con todas sus fuerzas a los trabajadores en todos los frentes. Por ello es necesario debatir con las posiciones que el compañero Mario Mazzitelli esgrime en su artículo (Argentina debe encender el motor de los trabajadores) descontando que las mismas abrevan en una absoluta honestidad intelectual. A veces la búsqueda de soluciones nos hace olvidar algunos hechos incontrastables, en los cuales, la contradicción entre el Capital y el Trabajo, entre Capitalismo y Socialismo ostentan la centralidad. Él mismo lo admite cuando afirma: “Reconozco la existencia de contradicciones insalvables, pero el tiempo histórico nos exige un acuerdo político para poner en marcha todos los motores y arrancar. En el camino iremos corrigiendo”.

Cuál sería entonces, el sustento en la realidad material de la afirmación de “ir corrigiendo en el camino” contradicciones insalvables que vienen del fondo de la historia. Porque la inédita concentración y centralización de la riqueza y del capital sin una oposición a la altura, solo logra envalentonar a quienes consideran que el mundo les pertenece, que no deben rendir cuentas a nadie, que ellos son quienes generan el trabajo y la riqueza y solo aceptan “premiar” a una parte del ejército de reserva que celosa y deliberadamente mantienen, con empleos precarizados, flexibilizados, en condiciones casi decimonónicas.

El autor plantea el recurso a la ética empresarial. Pero la verdadera ética empresarial del capital es un fenómeno global que podemos observar a diario tanto en el mundo del trabajo por medio de la superexplotación y extracción de plusvalía a superlativos ritmos de producción, tanto en los grandes centros de producción y en las maquilas de países periféricos,  cuanto en otros fenómenos como el trato dispensado a los migrantes, a los trabajadores golondrinas indocumentados, a las familias enteras que no logran atravesar el muro que separa México de Estados Unidos, o mueren ahogados o baleados en las aguas del Mediterráneo, y en el saqueo sistemático de los recursos y bienes comunes de los países del Tercer Mundo. ¿Qué elementos de la vida social pueden alimentar la expectativa de que alguna vez el león se haga herbívoro y de que el escorpión renuncie a picar a la rana? ¿Puede en ese marco plantearse, no ya un acuerdo, si no una simple tregua con los enemigos de la humanidad?

Hace unos días nomás el presidente Milei habló ante el Foro Internacional de las Américas. La anécdota sobre el pedido del mandatario de poder hablar en penumbra para ocultar su papada, sus obsesivas metáforas sexuales etc. deja en “penumbra”, valga la redundancia, la presencia en ese evento de José Luis Manzano, uno de los dueños de Edenor y de áreas ricas en litio en el NOA, de Bulgheroni y otros empresarios, que expresan sin más, los intereses del sector extractivista. Minería, gas, litio, son los grandes negocios de hoy. Cero desarrollo industrial.

Hasta qué punto no es falaz la aparente oposición entre Estado y Mercado divulgada por los medios. Llegado a este punto, vale recordar la definición de Marx sobre el primero: “Con relación a toda la sociedad en su conjunto, el Estado es un instrumento de dirección y gobierno de la clase dominante; con relación a los enemigos de esta clase (en la sociedad de explotación se trata de la mayoría), es un instrumento de represión y de violencia”. Y en el Manifiesto del Partido Comunista sintetiza:”el gobierno del Estado no es más que la junta que administra los negocios comunes de la clase burguesa”. 

Por cierto, la administración de los negocios comunes, algunas veces, las menos posibles, requiere que se hagan concesiones al proletariado, pero no por razones humanitarias sino sencillamente para que el proletariado produzca más y mejor. Y otras tantas, se ve obligado a arbitrar para resolver las contradicciones secundarias que suelen surgir entre fracciones de la propia clase burguesa. Por lo tanto, vale aclarar que el Estado no es contradictorio con el Mercado, por el contrario, su función es la de “administrar los negocios comunes” de la clase dominante, esto es regular las relaciones entre las clases.

No es el momento para hacer un recorrido de la evolución de la teoría marxista del Estado moderno en las plumas destacadas de Gramsci, Althusser, Poulantzas etc. Sin embargo, además corresponde aclarar que para el caso de la Argentina bajo la hegemonía del neoliberalismo y de los dictados del Consenso de Wáshington, estamos hablando de un Estado amputado en sus facultades, en un país dependiente del imperialismo. Y la aclaración de este punto es más válida por cuanto el periodismo y los medios mencionan al Estado casi como un instrumento absoluto del populismo, absolutamente carente de contenido de clase. Por ese motivo, si de un proyecto alternativo de signo u orientación emancipatoria hablamos, la pregunta es, de qué tipo de Estado hablamos, qué clase lo controla, poniendo en su justo lugar, y desmitificando los alcances reales del Estado en su etapa “benefactora” inmediatamente posterior a la Segunda Guerra Mundial.

Y es que, si nos paramos por fuera del tramposo relato de Estado chico y eficiente vs. Estado grande, bobo e ineficiente, lo que queda visto de trasluz es el Estado realmente existente: amputado, eventualmente engordado por los gobiernos de turno, pero siempre direccionado a resguardar los intereses de los grandes grupos económicos y financieros transnacionalizados.

La necesidad de un proyecto nacional de desarrollo independiente que aglutine y enamore a las grandes mayorías es impostergable. Sería deseable que el mismo se dé por medio de una constituyente soberana. Pero para eso ha de constituirse antes un nuevo bloque histórico con la hegemonía del pueblo trabajador. Para que se encienda el alma de los que trabajan es necesario primeramente que los mismos se reconozcan como sujetos para sí, con historia propia, con un recorrido de grandes luchas por los derechos sociales y por los derechos democráticos. Es decir, como una clase explotada y oprimida que lucha por liberarse. Porque como lo advirtiera en su momento Rodolfo Walsh:  “Nuestras clases dominantes han procurado siempre que los trabajadores no tengan historia, no tengan doctrina, no tengan héroes ni mártires. Cada lucha debe empezar de nuevo, separada de las luchas anteriores. La experiencia colectiva se pierde, las lecciones se olvidan. La historia aparece así, como propiedad privada cuyos dueños son los dueños de todas las cosas”. Solo luchando podrán adquirir el protagonismo y la participación que acertadamente Mazzitelli propone. Y esta lucha no puede ni remotamente ser una lucha defensiva y reivindicativa sino una lucha por el poder.

En el Manifiesto del Partido Comunista, Marx y Engels ya analizaban el recorrido de distintas corrientes del socialismo. “Los sistemas socialistas y comunistas propiamente dichos, los sistemas de Saint-Simon, de Fourier, de Owen, etc., hacen su aparición en el primer período de la lucha entre el proletariado y la burguesía, período descrito anteriormente. (Véase Burgueses y proletarios). Los inventores de estos sistemas se dieron cuenta del antagonismo de las clases, así como de la acción de los elementos disolventes en la sociedad dominante. Pero no advierten del lado del proletariado ninguna independencia histórica, ningún movimiento político que le sea propio (las negritas nos pertenecen). Como el desarrollo del antagonismo de las clases marcha al par con el desarrollo de la industria, no advierten de antemano las condiciones materiales de la emancipación del proletariado, y se aventuran en busca de una ciencia social, de leyes sociales, con el fin de crear esas condiciones. A la actividad social anteponen su propio ingenio; a las condiciones históricas de la emancipación, condiciones fantásticas; a la organización gradual y espontánea del proletariado en clase, una organización completa fabricada por ellos. El porvenir del mundo se decide con la propaganda y la práctica de sus planes de sociedad. En la confección de sus planes, sin embargo, tienen la conciencia de defender ante todo los intereses de la clase obrera, por ser la clase que más sufre. El proletariado no existe para ellos sino bajo el aspecto de la clase que más padece. Pero la forma rudimentaria de la lucha de las clases, así como su propia posición social, les lleva a considerarse muy por encima de todo antagonismo de clases. Desean mejorar las condiciones materiales de la vida para todos los miembros de la sociedad, hasta para los más privilegiados. Por consecuencia, no cesan de apelar a la sociedad entera sin distinción, y más bien se dirigen con preferencia a la clase dominante. Porque, además, basta comprender su sistema para reconocer que es el mejor de todos los planes posibles de la mejor de las sociedades posibles”.

Por cierto, desde su redacción y publicación en 1848, la experiencia de la clase trabajadora en todo el mundo se ha enriquecido con grandes combates, principalmente librados el siglo pasado. Resulta de ello, más que discutible seguir apelando como aquellos socialistas utópicos “a la sociedad entera sin distinción”.

 En relación a la Constitución Nacional, hoy tenemos un gobierno que manda al margen de la misma y contra ella, en virtud de un megadecreto anticonstitucional, antirrepublicano y antidemocrático que atropella todo lo que se encuentre a su paso. Hay que detenerlo y quitarse de encima ese lastre. ¿Es posible con estas direcciones políticas y sindicales? Lo dudamos. Pero apostamos a la movilización popular organizada como condición indispensable.  

Tenemos ante nosotros una tarea, digamos titánica, porque la Constitución no rige ni para adentro ni para afuera. Ya explicamos lo primero. Y para afuera los gobiernos sucesivos se han atado a Tribunales internacionales como el CIADI, Centro Internacional de Arreglo de Diferencias relativas a Inversiones, desde donde litigan contra nuestro Estado y nuestro país, los grandes grupos económicos y financieros y convirtiendo en letra muerta los fallos de la justicia ordinaria local encuadrados en principios constitucionales.

Como reflexión final, pensamos que la clase trabajadora, no cuenta en esta confrontación sino con su unidad, su organización y su historia. Renunciar a ese acervo solo la pondría de rodillas y totalmente a merced de fuerzas cuyo poder es no solo económico y político sino ideológico y cultural.  

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