A las familias de los pibes de Monte

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Escribe Ismael Jalil integrante de Correpi. Acompañó desde el principio la demanda de justicia de los familiares de los pibes asesinados en Monte en 2019. El juicio culminó con la condena a los cuatro policías que dispararon contra los chicos. (Tomado de Estación Finlandia)

La tristeza no se somete a ningún veredicto. Esta instancia judicial apenas si  compensa una partecita del inmenso dolor. Pero la tristeza pasa a ser como el reuma, habrá que aprender a convivir con ella. Faltaràn para siempre los chicos de Monte, cierto.

Tan cierto como que no es lo mismo que falten sin esa mínima compensación que es el sello y firma que enjaula para siempre a sus asesinos. Porque no es lo mismo faltar y encima ser culpables de ser pibes, de ser felices, de ser un canto a la vida, que es lo que màs les molesta a los poderosos y a sus verdugos de uniforme.

Lo que hubo en juego en el juicio fue eso. No se estaba juzgando a los asesinos, se estaba defendiendo a los chicos cuyas últimas imágenes me quedaràn grabadas para siempre: la alegría necesaria, la sonrisa imprescindible. Faltarán para siempre, esa es una verdad irrefutable, pero aquel otoño indescifrable vaciado por el torbellino, la impotencia y la sin razón ahora vislumbra una paz infinita y eso no es menor.

Ahora es el tiempo de Yani, de Susana, de Juan Carlos, de Gladys, de la familia de Anìbal, de portar la tristeza con la seguridad de haber estado a la altura de sus vuelos. Vivan. Vivan con la tristeza a cuestas, pero con la certeza de haber hecho por los chicos lo que sólo las buenas almas son capaces de hacer, es decir, luchar.

Hubiera sido mejor no conocernos. ¿Qué no habríamos dado por pasar de lado como desconocidos? Pero vivimos en un sistema en el que -para la mayoría- la vida es algo más que un ensayo para la muerte y entonces existe la policía, y quienes les habilitan la manodura, y quienes comparan a un ser humano con un queso gruyere.

Pero también existimos esos otros que aun creemos en la necesidad de hermanarnos detrás de la necesidad de gestar un hombre y una mujer nuevos, aquellos que fulminen el egoìsmo y la podredumbre de quienes postulan al ser humano como lobo de sus iguales.

Hubiera sido mejor no conocernos. Pese a ello pienso que los pibitos celebran que nos hayamos podido abrazar, tan sólo para demostrarle al mundo que se puede (y se debe) “ser duro sin perder la ternura”. Los quiero mucho, con los chicos en el corazón  y ustedes en el abrazo.

Nada está perdido.

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